Por: Guillermo Alvarado
Estamos realmente ante una atípica y devastadora temporada ciclónica, con la presencia inusual de tres meteoros en el océano Atlántico y uno de ellos, Irma, que está rompiendo las marcas conocidas hasta ahora por su intensidad y efecto destructor a lo largo de su recorrido.
No es el objetivo de este comentario hacer un balance de los daños provocados por este fenómeno meteorológico, pero hay que señalar que desde su impacto en el arco de las Antillas Menores, el 6 de septiembre era ya un poderoso huracán de categoría cinco, la más elevada de la escala Saffir-Simpson, lo cual significa que su enorme desarrollo ocurrió en el océano abierto, algo que resulta poco usual.
Irma tiene otra característica inquietante, y es que además de su potencia, que llegó a vientos de hasta 295 kilómetros por hora, es el más longevo en la historia con esa velocidad. La máxima categoría la adquirió el 5 de septiembre cerca de las ocho de la mañana, hora de Cuba, y vino a disminuir apenas este viernes en la madrugada, por lo que rebasó con creces al super tifón Haiyan que en 2013 mantuvo durante 24 horas sobre filipinas una intensidad similar.
Lo que está ocurriendo, incluido el huracán Harvey que hace unos días devastó el estado norteamericano de Texas, no es resultado del azar para nada y tiene una causa que algunos, incluido el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, insisten en negar, como lo es el cambio climático, que dejó de ser una teoría o hipótesis y es hoy día una realidad.
De acuerdo con la paleoclimatóloga francesa, Valérie Masson-Delmotte, el cambio climático no genera directamente los huracanes, pero si refuerza su intensidad, frecuencia y duración.
El efecto invernadero, dice la científica, provoca una acumulación de energía en el sistema climático por el calentamiento del aire y de las aguas profundas del mar que se traducen en más vapor en la atmósfera, hasta un siete por ciento mayor por cada grado centígrado, lo que potencia la intensidad de los ciclones tropicales.
En el caso concreto de Irma, agrega, se constató que la temperatura de la superficie del océano Atlántico donde nació y se desarrolló era de dos grados centígrados por encima de lo normal en esta temporada, lo que explica su rápido crecimiento y su potencia sostenida.
A esto debe sumarse el aumento del nivel de los mares por la fundición de los glaciares de Groenlandia y la Antártida, un factor de riesgo más para las graves inundaciones costeras que suelen provocar los meteoros.
Los efectos de Irma ya son dramáticos, acompañados por los que pueden provocar Katia en el Golfo de México y, en menor medida, José en el Atlántico, pero no podemos perder de vista las causas de estos fenómenos, que se vienen incrementando en número y fuerza desde 1970.
El mundo ha cambiado, y no parece que sea para bien, y la responsabilidad mayor no está en la naturaleza, sino en el desaforado modelo de producción y consumo aplicado desde finales del siglo XIX que nos empuja cada vez más a una catástrofe que podría ser la última para nuestra especie.