Por: Guillermo Alvarado
El paso del huracán María por la isla de Puerto Rico tuvo entre sus efectos más señalados poner aún más en evidencia el carácter de colonia a que está sometido ese pueblo, como quedó demostrado con el trato ofensivo y humillante que el gobierno de Estados Unidos, presidido por Donald Trump, le está dando ante la crisis causada por el ciclón.
A diferencia de lo ocurrido cuando Texas y Florida fueron dañados por los huracanes Harvey e Irma, respectivamente, el jefe de la Casa Blanca dejó pasar casi dos semanas antes de llegar a la ciudad de San Juan, y no fue a coordinar ayuda sino a maltratar a quienes lo han criticado por su indolencia y, de paso, saludar a bombo y platillo a las autoridades federales por algo que no han hecho: ayudar a la gente que está padeciendo las consecuencias del meteoro.
El presidente fue recibido por Ricardo Rosello, un gobernador más preocupado por recibir palmaditas en la cabeza que en demostrar la verdadera magnitud de la devastación y exigir de inmediato la asistencia necesaria.
Recién había pasado por allí el huracán Irma, cuando Puerto Rico sufrió la tempestad más fuerte de su historia, que dejó a sus casi tres millones y medio de habitantes sin electricidad, agua potable, servicios médicos y con grandes dificultades para acceder a alimentos o combustibles, que son muy escasos. De acuerdo a un último balance, 34 personas perdieron la vida.
Sin embargo Trump fue hasta allí para echarles en cara que los costos de la reconstrucción van a causar el desbalance del presupuesto federal, como si ellos hubiesen querido el desastre. Más aún, trató de minimizar los daños materiales y humanos comparándolos con el huracán Katrina que afectó la ciudad de Nueva Orleans en 2005, por cierto también ante la indiferencia del entonces presidente George Bush hijo.
Fue grotesca e indignante la imagen del jefe de Estado lanzando paquetes de papel sanitario a las víctimas, que están sufriendo hambre y sed.
Contrasta por completo el papel de Trump y el gobierno federal con el de la alcaldesa de San Juan, capital de Puerto Rico, Carmen Yulin Cruz, quien no ha tenido reparos en criticar la triste actitud de la mayor potencia del mundo hacia un pueblo que sufre.
Washington gasta cada día millones de dólares en sus ataques a Siria y Afganistán y el traslado de parte de su flota para hostigar a Corea del Norte, que están del otro lado del planeta, pero alega no tiener tiempo ni recursos para asistir a una isla situada apenas a dos mil 400 kilómetros de distancia y que reclama como suya.
Durante décadas Estados Unidos ha tratado de convencer al mundo de que Puerto Rico no es una colonia y le ha impuesto el mote de “estado libre asociado”. En apenas dos semanas el presidente Trump puso en evidencia una vez más esta triple mentira. No es un Estado, no es libre y ni siquiera es un socio. En estos momentos casi podría decirse que es nada más que una molestia para el imprevisible gobernante.