Por: Guillermo Alvarado
La ciudad mexicana de Puerto Vallarta es sede hasta hoy miércoles de un encuentro mundial patrocinado por la Organización de las Naciones Unidas para analizar el tema de las movilidades humanas con miras a lograr un pacto global en 2018 para garantizar una migración ordenada, segura y con absoluto respeto a los derechos humanos de quienes por alguna razón se ven orillados a desplazarse.
El evento es continuación de otro celebrado en Nueva York en 2016, que fue firmado por el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama.
Ahora, sin embargo, el departamento de Estado norteamericano optó por retirarse de la reunión, con el argumento de que de allí podrían salir medidas que pusieran en peligro las políticas y la seguridad migratoria en la nación norteña.
Es decir que una vez más, como ya ocurrió con el Acuerdo de París sobre Cambio Climático y en algunos tratados comerciales, el gobierno de Donald Trump prefiere aislarse que contribuir con la comunidad internacional a buscar soluciones a un fenómeno que nos concierne a todos, ya se trate de países emisores de migrantes, receptores o de tránsito.
En la historia de la humanidad los desplazamientos de grandes de masas de personas siempre han estado presentes. Recordemos las del pueblo judío a Babilonia y Egipto, o las propiciadas por las guerras de conquista de Alejandro de Macedonia, que extendió la influencia helénica por buena parte del Oriente Medio, el imperio persa y hasta los linderos de la India.
Más recientemente el mismo Estados Unidos se desarrolló gracias al trabajo de millones de personas que llegaron de prácticamente todo el mundo.
Los migrantes nunca han sido una carga, y ahora mismo no lo son en absoluto. De acuerdo con datos de la ONU cerca de 250 millones de personas viven fuera de su país natal y aunque sólo representan el 3,4 por ciento de la población mundial, crean casi el 10 por ciento del Producto Interno Bruto global.
En América Latina son alrededor de 30 millones los que se han desplazado hacia otras naciones, dentro y fuera del continente y tienen un gran impacto en los países donde son acogidos. Para que se tenga una idea, las remesas que envían a sus familias, que en el caso de Centroamérica figuran entre los principales aportes de divisas, apenas representan el 15 por ciento de sus ingresos totales, lo cual significa que el 85 por ciento se queda en el mismo lugar donde trabajan, viven y consumen.
Lo que se busca en la cita de Puerto Vallarta es que esta movilidad humana esté sujeta a normas claras y globales, que tomen en cuenta las diferencias que hay de región a región, porque no son las mismas aristas que exhiben las migraciones en nuestro continente, que en África o Asia.
No debemos olvidar los enormes riesgos que implica trasladarse de un lugar a otro, los peligros a que están expuestos en los lugares de tránsito y la gran cantidad de personas de todas las edades que mueren, o simplemente desaparecen, sin que sus familias vuelvan a tener noticia de ellos. Un problema global, que requiere de respuestas globales para que la solución sea real.