Por: Roberto Morejón
Si el presidente estadounidense, Donald Trump, aspiraba a alimentar su egolatría, lo consiguió al atraer la atención al compás de una ola de protestas, después de ordenar el reconocimiento de Jerusalén como la capital de Israel.
Su decisión fue calificada justamente como un desdén al Derecho Internacional.
Es así porque la comunidad mundial preconiza que el sector oriental de Jerusalén es un territorio ocupado y su futuro debe ser determinado en negociaciones con los palestinos.
Los asesores de Trump debieron recordarle que los palestinos reaccionarían indignados.
Ese abnegado pueblo tiene la aspiración legítima de tener una capital en la parte oriental de la ciudad santa.
Las protestas se desataron en los territorios ocupados y los efectivos del régimen sionista aplicaron sus engrasadas herramientas represivas con la suma de muertos, heridos y centenares de detenidos.
Ni siquiera Europa, obediente con frecuencia a las señales de Washington, secundó a Trump en su acción pro-israelí que, como afirmó el presidente palestino Mahmud Abbas, descalifica a Estados Unidos como pretendido mediador en un cada vez más quimérico proceso negociador con Israel.
Desde su estrecho asociado Arabia Saudita que se vio precisado a incorporarse a las críticas aunque fueran menos enérgicas hasta el airado presidente turco Recep Tayyip Erdogan, se sumaron a la corriente acusadora del inquilino de la Casa Blanca.
Si bien una reciente reunión en Egipto de La Liga Árabe se quedó por debajo de las expectativas de quienes aspiraban a una repulsa más vigorosa al gesto de Trump, en la ciudad turca de Estambul la Organización para la Cooperación Islámica lo calificaba de nulo e ilegal.
Los reunidos fueron más allá al invitar a todos los países a reconocer al Estado de Palestina con Jerusalén este como su capital ocupada.
Al pronunciamiento del bloque de países musulmanes más grande del mundo se sumó la Unión Interparlamentaria Árabe en una reunión en Marruecos.
La declaración de Rabat increpó al Presidente estadounidense al optar por ser adversario y NO árbitro en la solución del conflicto palestino-israelí.
Debe recordarse que el Consejo de Seguridad de la ONU también lo condenó, con la excepción, por supuesto, de Estados Unidos.
Es cierto que el poderío económico, militar y diplomático de Estados Unidos tratará de contrarrestar la ola de rechazo en el planeta por la decisión con respecto a Jerusalén, un espaldarazo a Israel.
Pero ya es un hecho que la obsesiva creencia de Trump de que Estados Unidos tiene una alegada obligación especial de liderar el mundo le ha jugado otra mala pasada, aunque el gobernante finja ignorarlo.