Por: Guillermo Alvarado
En fecha tan lejana como el 5 de agosto de 1985 el líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro, advirtió que la deuda externa en ese entonces era imposible de ser pagada, y no solo por imperativos morales, legales o políticos, sino desde el más elemental punto de vista matemático.
Con la sagacidad y sentido del humor que le caracterizaba, dijo ante los participantes en un foro continental para analizar ese flagelo que: “Me culpan a mí de decir que la deuda es impagable. Bien. La culpa hay que echársela a Pitágoras, a Euclides, a Arquímedes, a Pascal, a Lobachevsky, al matemático que ustedes prefieran, de la antigüedad, moderno o contemporáneo. Son las matemáticas, las teorías de los matemáticos las que demuestran que la deuda es impagable.”
Transcurridos 33 años de que esas palabras fueron pronunciadas aquí en La Habana la vida demuestra que hoy son más vigentes que nunca, vista la forma en que las obligaciones de los países en todo el mundo crecen de una manera vertiginosa.
Un reciente informe del Instituto de Finanzas Internacionales advirtió que a finales de 2017 la deuda mundial alcanzó la cifra récord de 237 billones de dólares.
Antes de continuar conviene aclarar que utilizo el término “billón” en su acepción del idioma español y como se hace en la mayoría de naciones latinoamericanas, es decir un millón de millones, o si lo prefieren ustedes, amigos oyentes o lectores, la cifra 237 seguida de doce ceros o, si alguien gusta de las matemáticas, multiplicada por 10 a la 12 potencia. En resumen, una cantidad escandalosamente elevada.
Se conoce como deuda mundial al conjunto de obligaciones que tienen los estados, las empresas y los hogares, es decir que abarca tanto al sector público como privado.
A pesar de que en los últimos años hubo un significativo crecimiento de la economía, sobre todo en algunos países desarrollados y algunos de esos que de manera eufemística se denominan “en vías de desarrollo”, la deuda mundial es equivalente al 317,8 por ciento del Producto Interno Bruto global, es decir toda la riqueza que se produce en el globo terráqueo.
Además, se trata de un fenómeno en constante crecimiento, pues en la última década creció en todo el planeta la bicoca de 70 billones de dólares.
A pesar de que los gobiernos y las familias, pagan cada año cuantiosas sumas por concepto de intereses, el monto de sus adeudos en lugar de disminuir, crece y ese es el meollo de un problema que tarde o temprano va a reventar.
En el caso de los países pobres la situación es peor, sobre todo en muchos de América Latina, El Caribe, África y Asia, porque son exportadores netos de materias primas que por un lado se pagan cada vez más baratas, y por el otro están sujetas a barreras arancelarias, sobre todo ahora que Estados Unidos retornó a las políticas proteccionistas como modelo en su comercio internacional.
Es como si Fidel Castro lo hubiese dicho ayer mismo, y no hace 33 años: “El Fondo Monetario dice: "Todo el mundo a exportar", pero qué es lo que van a exportar. ¡Ah!, ¿más café, más cacao, más azúcar, más carne? No, si les van a estar pagando menos cada vez por eso. Y exportar a dónde, si el proteccionismo se multiplica todos los días con medidas arancelarias y no arancelarias…”