Por María Josefina Arce
Tensas y agitadas fueron las jornadas previas a la Octava Cumbre de las Américas de Lima, Perú, por las maniobras de la OEA, Organización de Estados Americanos, de desvirtuar a naciones como Cuba y Venezuela e intentar llevar los foros alternativos por derroteros contrarios a los intereses de los pueblos.
La OEA, controlada por Estados Unidos, pretendió desconocer a los verdaderos representantes de las sociedades civiles de los países latinoamericanos y caribeños, y para ello en una abierta provocación permitió la participación de elementos contrarrevolucionarios de origen cubano, pagados por el imperio.
Sin embargo, sus burdas artimañas chocaron con la decisión y valentía de los cubanos, pero también con la postura solidaria de las delegaciones de otras naciones y de la sociedad civil peruana. Cuba y Venezuela fueron ampliamente apoyadas y en ridículo quedaron la OEA y su secretario general Luis Almagro.
De hecho la dignidad y resistencia de los jóvenes cubanos presentes en Lima obligaron a retirarse de la sala, donde se desarrollaba el diálogo de los representantes de la sociedad civil y los actores sociales, a la OEA y a los mercenarios.
“Son aliados de terroristas los que están aquí, pagados por Estados Unidos y al servicio de potencias extranjeras, con una agenda de violencia hacia Cuba”, argumentaron los cubanos.
Cuba ha dado una dura batalla en Lima. Ha denunciado con energía la exclusión de Venezuela de la Cumbre de las Américas y ha dejado al descubierto las maniobras de una OEA que cada vez es más despreciada por los pueblos latinoamericanos.
La posición de la mayor de las Antillas encontró apoyo en gran parte de los presentes. Bolivia por ejemplo, cuestionó la legitimidad del diálogo hemisférico en el que no está la Venezuela bolivariana y chavista.
Cuba y el resto de la sociedad civil de las naciones latinoamericanas y caribeñas han marcado la diferencia en una cumbre que sin éxito, pretendió imponer la visión hegemónica de Estados Unidos. Una cumbre marcada desde un inicio por la selectividad, exclusión y una postura contraria a la mayoría.
Los pueblos de la región, los verdaderos protagonistas de su historia, subrayaron su postura a favor de la unidad continental y en contra de las pretensiones del gobierno del presidente Donald Trump de imponer la controvertida Doctrina Monroe.
En contraposición a la cita de los jefes de estado y de gobierno, de la que fue excluida Venezuela, la Cumbre de los Pueblos fue un espacio de inclusión y solidaridad, donde se escucharon las voces del sur del hemisferio.
La marcha antimperialista protagonizada en Lima por sindicalistas, obreros, indígenas, campesinos y movimientos populares rechazó la injerencia de Estados Unidos en América Latina, y los ataques y persecución contra los gobiernos y personalidades progresistas.
Para muchos la Octava Cumbre de las Américas evidenció una vez más que estos encuentros organizados por la OEA y pagadas por Estados Unidos nada tienen que ver con la realidad del continente y mucho menos, tiene en cuenta los reclamos y derecho de los pueblos.