Por Graziella Pogolotti*
Una de mis compañeras de estudios en la Universidad orientó su vida profesional hacia la sociología. Crecida en el muy habanero barrio de Cayo Hueso, habitado por trabajadores modestos, entorno de creación musical, atravesado por una religiosidad popular y con solares que se iban diseminando a pesar de su cercanía geográfica a la refulgente zona de La Rampa, Marta desarrolló desde temprano la capacidad de desdoblarse en participante y observadora.
Era el germen intuitivo de la capacidad para descubrir los rasgos reveladores de una realidad más profunda que los datos recogidos a través de la vivencia cotidiana. Luego, el apremio por acceder a un salario en tiempos difíciles de mercado laboral restringido, la condujo por los caminos de la publicidad.
Adquirió entonces técnicas de investigación, los entonces llamados surveys al servicio de las empresas jaboneras con propósitos mercantiles. Fue una preparación útil que le permitió proseguir una formación autodidacta.
Corrían los 70 del pasado siglo. El país vivía una etapa de pleno empleo, con precios congelados y salarios que cubrían las necesidades básicas. Los problemas parecían centrarse entonces en la tendencia creciente al ausentismo.
En ese contexto, mi amiga advirtió un detalle significativo. Los bodegueros y los carniceros mantenían una puntualidad ejemplar y entre estos últimos era frecuente exhibir la posesión de antiguos autos americanos de impecable presencia y costoso mantenimiento.
A través de pesas desajustadas, se filtraban gramos de mercancía que engrosaban un mercado ilícito todavía emergente. En la actualidad, el fenómeno ha alcanzado dimensiones considerables que asoman en la prensa cuando algunos lectores hacen pública una denuncia puntual. No se trata, lo sabemos bien, de casos aislados.
Por lo demás, independientemente del salario devengado, los puestos de trabajo en ese sector resultan en extremo codiciados. A poco de instalarse en una vacante, el usufructuario mostrará el fruto de sus ganancias, tal vez una motocicleta eléctrica, tan útil en medio de las dificultades de la transportación pública.
Y, sin embargo, los encargados de administrar establecimientos del comercio y los empleados de la administración pública contraen, a nivel de base, responsabilidades gubernamentales. Tienen que conocer las regulaciones establecidas y su obligación consiste en velar por el cumplimiento de las leyes.
Los numerosos trámites impuestos por el vivir cotidiano no deben convertirse para el ciudadano común en reiteradas e infinitas gestiones y en paciente espera de respuestas que habrán de proceder de instancias superiores, distantes del contexto específico e involucradas en asuntos de mayor alcance.
Esas fisuras abren cauce a la corrupción y al soborno. En ese panorama, el lenguaje común incorpora fórmulas singulares y, a la vez, reveladoras. Los objetos inanimados adquieren vida propia. Como si anduviera caminando, el pollo no llegó. Tampoco lo hizo el documento necesario para viabilizar una gestión urgente.
Hemos iniciado el proceso de perfeccionamiento del Poder Popular. Se ha concedido mayor autonomía en la administración de recursos propios y se implementan vías de acceso más directas a las instancias destinadas a atender los reclamos de los pobladores. Por todas las vías posibles, su autoridad sobre las dependencias subordinadas a su radio de acción tiene que acrecentarse.
Con plena conciencia y sistemática autocensura, evito utilizar el término población, de carácter numérico y estadístico. Reconozco en el concepto de pueblo la base multifacética y multicolor de la nación, el universo viviente que incluye a todos, factor decisivo de cohesión en los momentos cruciales.
Ahí están el campesino, el obrero industrial, el constructor, el trabajador por cuenta propia, el médico, el combatiente, el maestro, el artista, el jubilado, el estudiante, el ama de casa y el joven que se inicia en su primer empleo.
Sostenemos entre todos la marcha de la sociedad en la producción y los servicios y el sutil entramado de las relaciones humanas. En ininterrumpido movimiento dialéctico, palpable en el transcurrir del día a día, la sociedad nos modela mientras vamos haciéndola.
Así se van forjando valores. Lo nuevo y lo viejo se entremezclan y superponen. Por las grietas de ese territorio viviente pueden aparecer factores contaminantes que amenazan nuestras mejores conquistas en lo social y en lo humano.
Al servicio de un periodismo comprometido, el desarrollo de la imaginación sociológica permite tomar el pulso de una realidad mutante. Formamos parte de ella en nuestro existir cotidiano.
El ejercicio profesional nos conduce a tomar nota y hacer visibles los datos relevantes, merecedores de análisis de mayor alcance y profundidad.
*Destacada intelectual cubana
(Tomado del periódico Juventud Rebelde)