Por: Guillermo Alvarado
El gobierno de la canciller federal de Alemania, Ángela Merkel, logró sortear una profunda crisis al conseguir a último momento un acuerdo migratorio con sus socios más a la derecha de su gobierno, la Unión Social Cristiana de Baviera, cuyo líder y también ministro del Interior, Horst Seehofer, amenazó con dimitir de no permitirle aplicar medidas duras contra los solicitantes de asilo.
Los dos políticos acordaron crear centros de tránsito para refugiados en la frontera, desde donde se podría expulsar directamente a los migrantes que intenten ingresar al país, pero que hayan iniciado trámites en otras naciones de la Unión Europea.
Es lo que se ha dado en llamar la “migración secundaria”. Se trata de personas que llegaron del este europeo, África o el Oriente Medio, hicieron una solicitud de residencia en el país de entrada y luego utilizaron sus salvoconductos para viajar a Alemania aprovechando la política más flexible impulsada por Merkel.
Recordemos que tanto los derechistas bávaros como algunos miembros muy conservadores del partido de la canciller, la Unión Cristiano Demócrata, criticaron con fuerza la decisión de permitir el ingreso de cientos de miles de migrantes, a diferencia de otros países que amenazaron con cerrar sus fronteras.
Si bien la Merkel impidió la ruptura de su gobierno, ahora está bajo el fuego de otros aliados suyos, los socialdemócratas, opuestos a la idea de crear campos cerrados de tránsito para los inmigrantes, donde quiera que éstos se planifiquen.
Detrás de esta última crisis, resuelta aparentemente la pasada noche, hay otros asuntos que no están directamente relacionados con el tema migratorio y son más bien de índole domésticas.
Horst Seehofer enfrentará elecciones en octubre en la región de Baviera y está bajo la presión de partidos ultranacionalistas, entre ellos Alternativa por Alemania, que con un discurso xenófobo y antiinmigrante está ganando adeptos, alentados por las medidas extremistas de Donald Trump en Estados Unidos.
Lo que los social cristianos están buscando, pues, es exhibir una línea “dura” para mantener a sus electores bávaros, aunque con ello pongan en riesgo la estabilidad del gobierno federal.
Otra arista es un ajuste de cuentas de los sectores más a la derecha de la coalición de Merkel, que parecen pensar que 13 años de gobierno son suficientes y que durante ese tiempo ella ha llevado a su agrupación demasiado al centro del espectro político.
Si Seehofer hubiese consumado su renuncia y su partido lo acompañaba, a la Merkel sólo le quedan dos caminos, buscar alianza con los ecologistas, actualmente en la oposición, o convocar a elecciones anticipadas de muy alto riesgo.
No se trata de un asunto de menor importancia, por el papel que juega Alemania en la Unión Europea, y la canciller federal en particular, sobre todo para enfrentar las andanadas políticas, arancelarias y económicas del imprevisible presidente de Estados Unidos, dispuesto a convertir las relaciones internacionales en una especie de montaña rusa, cuyo curso cambia tras cada vuelta.