Por Nicanor León Cotayo
Cuando parecía que ya estaba dicho todo o mucho sobre los niños separados de sus padres inmigrantes en Estados Unidos, The New York Times publicó este martes, nuevos casos que dejan estupefactas a miles de personas.
Los autores de esos reportajes se nombran, Dan Barry, Miriam Jordan, Annie Correal y Manny Fernández.
Ellos narran varios casos, como el de los hermanos guatemaltecos Leticia y Walter de 12 y 10 años respectivamente, detenidos en un refugio del sur de Texas quienes recordaron que “era obligatorio formar fila para todo”.
También dijeron que recibían órdenes como: No te portes mal. No te sientes en el suelo. No compartas tu comida. No uses apodos. Y es mejor si no lloras; porque hacerlo podría afectar tu caso.
Leticia agregó que “las luces se apagaban a las nueve de la noche y eran encendidas al amanecer, después había que tender la cama según instrucciones pegadas a la pared”.
Y “más tarde, lavar y trapear el baño. Luego hacer fila para la caminata hacia el desayuno”.
La niña señaló que su albergue era una especie de “guardería diurna y prisión de seguridad media en las noches”.
Como el reglamento prohibía tocar a otros niños, incluyendo a los hermanos, ella recordó que tampoco pudo abrazar a su hermano menor.
Escribió cartas para su mamá diciéndole cuánto la extrañaba.
Las guardó en una carpeta para el día 16 de julio, fecha prevista para el reencuentro, todavía pendiente.
Otro caso es el de Adán Galicia López, de 3 años, quien estuvo separado de su madre cuatro meses en Phoenix.
El reportaje incluye a Diego Magalhães, brasileño de 10 años de edad, que pasó 43 días en un centro en Chicago, y le prometió al separarse de su mamá, Sirley Paixao, no llorar por lo que se siente orgulloso de ello.
La primera noche, dijo, durmió en el suelo junto a Leonardo de su misma edad, también brasileño y al día siguiente “pensé que me iban a llevar con mi mamá, pero estaba equivocado”.
Diego manifestó que se levantaban a las 6 y 30 de la mañana y que el personal hacia sonidos fuertes hasta que todos estuvieran de pie.
“Teníamos que sacar la bolsa llena de papel de baño usado”, señaló.
La semana pasada, un juez federal en Chicago ordenó que Diego se reuniera con su familia.
Antes de irse, le dio tiempo para despedirse de Leonardo, a quien solo pudo decirle “Adiós, buena suerte, que te vaya bien”. Sin embargo, debido a las reglas, los niños no se dieron un abrazo.
Y por último los periodistas se refieren a lo sucedido a Yoselyn Bulux, de 15 años, originaria de Guatemala, la cual declaró que en su refugio “integrantes del personal represivo hacen recuentos todo el día, a veces en intervalos de quince minutos, mientras vigilan el constante flujo de niños que ingresan y salen del centro”.
Y agregó que “si un niño necesita ir al baño, el personal tiene que conseguir a siete más que también lo soliciten”.
De esta manera, en suelo estadounidense se ha ido levantando otra estatua a la tristeza.
(Tomado de Cubasí)