Por: Roberto Morejón
Sin estar al mando, el ultraderechista presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro, ya logró con sus exabruptos y nombramientos desestabilizar aún más a su país, sacudido por una ola de corrupción y descreimiento en la clase política tradicional.
Al presentarse como un hombre fuera del sistema político clásico, el ex capitán del ejército confundió a parte del electorado y ganó seguidores, a quienes ayudaron las corporaciones, el poder mediático y los poderosos grupos evangélicos.
Pero Bolsonaro está lejos de ser el enviado “divino” que resolverá todos los problemas. Con su lema electoral “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todo”, trata de ocultar su odio contra lo diferente, ya sean las mujeres, los sin tierra, los negros o los que se manifiestan con otras inclinaciones sexuales.
El amor al prójimo independientemente de sus características está muy distante de los postulados de vida del Jefe de Estado electo en Brasil.
Su afán por dotar a sus compatriotas de armas y por ende aumentar la violencia, cercenar el entorno con la invasión corporativa a la Amazonía y dar luz verde a la policía para matar a los delincuentes, NO retratan a un sujeto apegado a las normas bíblicas.
Quien además traza con su ministro de Economía Paulo Guedes un salvaje programa de privatizaciones y adelgazamiento de los ministerios, poco preocupado está por la suerte de sus compatriotas más desfavorecidos socialmente, los más perjudicados por lo que viene.
Intolerante y, como lo calificara la revista The economist, una verdadera amenaza para la democracia, Jair Bolsonaro NO es un simple conservador, sino un extremista.
Tampoco se proyecta como conciliador como cabría esperarse de un hombre apegado a los valores genuinamente religiosos. Su oratoria de odio, como la de su fetiche el presidente estadounidense Donald Trump, desplantes e intimidaciones de neutralizar a los opositores y movimientos sociales, desnudan a Bolsonaro como fuente de discordia.
Sus amenazas e irrespeto hacia los médicos cubanos que obligaron a La Habana a retirar un personal tan necesario para Brasil, lo convierten en único responsable de las dificultades que creará a sus coterráneos.
El congresista por 28 años se declara portador del cambio en Brasil y sí tiene razón, aunque las transformaciones solo llevarán al país hacia el pasado.
El mismo que el locuaz presidente electo añora sobre todo cuando lo asocia a la oprobiosa dictadura militar.