Por: Roberto Morejón
La migración de las personas es tan antigua como la Humanidad, pero un matiz nuevo y trágico se añadió al fenómeno con el aumento de niños solos envueltos en tales desplazamientos.
Los infantes sin compañía de sus padres abandonan como los adultos sus países de origen para huir de la violencia, pobreza, crisis económica y desigualdad, ahondada por el neoliberalismo.
En su intento por traspasar fronteras, los más pequeños de estatura se vuelven las personas más vulnerables a la explotación, la trata y la delincuencia, en violación de sus derechos humanos.
La marcha de varias caravanas de migrantes procedentes de Honduras y otros países centroamericanos desde fines de 2018 reveló la presencia de niños sin familia, conminados a buscarse por sus medios alimentos, abrigo y seguridad.
Los caminantes, cuyo objetivo era llegar a México para solicitar su entrada a Estados Unidos, finalmente debieron concentrarse próximos al límite sur de la principal potencia económica y militar del mundo.
El Instituto Nacional de Migración reporta que cerca de 40 mil niños son deportados desde Estados Unidos a México anualmente y de ellos 18 mil viajan solos.
Tanto los repatriados como los que viajan en sentido inverso en busca del llamado “sueño americano han carecido de garantías para recibir un trato digno de las autoridades limítrofes.
Incluso, los infantes que se lanzaron a la aventura auxiliados de sus progenitores en muchos casos fueron separados a la fuerza de ellos y enviados a campamentos en Estados Unidos, en cumplimiento de la intransigente política anti-inmigrante del presidente Donald Trump.
Con el inicio de 2019, se reveló en el estado norteamericano de Arizona el resultado de una investigación a un albergue para menores migrantes, arrastrados y golpeados por los responsables del lugar.
Para aquellos representantes de las nuevas generaciones que logren salir de los campamentos y los pocos admitidos tras pedir asilo en Estados Unidos, el futuro depara adversidades.
Como acaba de señalar la UNESCO, Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, los niños migrantes sin compañía de adultos tienen poco o ningún acceso a la enseñanza.
El organismo especializado informó además que la cifra de esos menores se elevó de 66 mil a 300 mil entre 2010 y 2016 en todo el planeta.
Cuando se actualice esa estadística, América Latina puede aportar un caudal significativo. Ahí están los niños centroamericanos concentrados en la ciudad mexicana de Tijuana, expuestos a las bombas de gas lacrimógeno del ejército de Estados Unidos, a la espera de un demorado proceso migratorio.