Por: Guillermo Alvarado
Con su habitual incontinencia verbal y fiel al estilo de su ídolo Donald Trump, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, causó profunda consternación dentro y fuera de su país al declarar que un antiguo militar que dirigió un centro de torturas durante la dictadura fue un “héroe nacional”.
Por increíble que parezca, la estulticia del gobernante brasileño no cesa de sorprender, pues cuando uno cree que ya es imposible que pueda decir un nuevo disparate, siempre se las arregla para soltar otro.
Esta vez, sin embargo, tocó una cuerda demasiado sensible. La tortura es un acto grave, calificado como un crimen de lesa humanidad, por lo que no prescribe y es de persecución obligatoria e internacional.
Brasil es firmante y ratificó la Convención contra la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanas o degradantes, aprobada por la Organización de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1984 y que entró en vigencia tres años más tarde.
Este pacto tiene como objetivo impedir absolutamente el uso de tales prácticas por parte de los Estados, sin admitir ninguna excusa ni situación extraordinaria, como la guerra o cualquier otra emergencia.
Este documento fue antecedido por varias resoluciones de la ONU emitidas desde la década de los años 60 para prevenir este tipo de excesos y castigar a quienes resultasen culpables, no obstante lo cual su uso se extendió durante la segunda mitad del siglo pasado por casi todo el continente, apadrinado por la “doctrina de seguridad nacional” y otros inventos estadounidenses.
Al calificar de héroe nacional a un confeso torturador, como lo fue el coronel Carlos Brilhante Ustra, ya fallecido, Bolsonaro está violando la Convención, pero además se está haciendo cómplice de esa denigrante práctica que sufrieron no menos de 50 mil brasileños durante la dictadura militar, entre 1964 y 1985.
Si bien el presidente del Gigante Sudamericano fue dado de baja del ejército por motivos nunca revelados, es un nostálgico de la dictadura y no pierde ocasión para alabar a los oficiales que participaron en la asonada contra João Goulart, o los que la mantuvieron durante 21 años a sangre y fuego.
Es realmente insólito que un gobernante se exprese de esta manera acerca de un especialista en romper el cuerpo y la mente de un ser humano absolutamente indefenso, como gustaba de hacer Ustra, de quien algunos testigos presenciales dicen que apremiaba a sus subalternos a ser más “enérgicos” en la aplicación de los brutales castigos contra los prisioneros.
Muchos, en Brasil y otros países latinoamericanos, murieron sobre la mesa de torturas, otros viven con graves problemas físicos, pero todos, absolutamente todos los que sufrieron este tipo de experiencia tienen secuelas psicológicas o emocionales que les acompañarán durante el resto de su existencia.
Jair Bolsonaro no sólo insultó a sus conciudadanos víctimas de este agravio, sino a los que en la región y el mundo estuvieron bajo las garras de los torturadores.
El llamado “Trump tropical” también agravió a la sensibilidad humana, eso que nos hace, o debería hacernos, superiores en la escala animal y a quienes, pesar de sujetos como él y otros de su calaña, pensamos que el hombre puede ser mejor y construir un lugar donde, con nuestras diferencias, podamos estar en paz y armonía.