Por: Guillermo Alvarado
Yemen está terminando este año exactamente como lo comenzó, bajo una guerra impuesta que ha provocado la mayor crisis humanitaria que se conozca en el planeta en la actualidad y que no muestra ninguna señal concreta de que podría terminar en un plazo breve o mediano.
Llamados de la Organización de las Naciones Unidas, de personalidades de diversas latitudes, incluso del Papa Francisco, han resultado inútiles para mitigar esta tragedia que dejará secuelas permanentes a millones de personas.
Como se conoce, en marzo de 2015 una coalición encabezada por Arabia Saudita, con el apoyo de Estados Unidos, Reino Unido y otras potencias occidentales, inició intensos bombardeos sobre Yemen con el propósito de reinstalar al presidente Abdulrabuh Mansur Hadi, depuesto por una rebelión del movimiento Houtí.
Casi cinco años de guerra han causado la destrucción de la infraestructura del país, incluidas escuelas, hospitales y carreteras y llevaron a la población a una situación desesperada pues muchos debieron huir de su lugar de origen para salvar la vida.
Para que se tenga una idea del desastre ocasionado, de los 29 millones de habitantes, 24 millones necesitan ayuda para sobrevivir y de ellos 10 millones están al borde de la hambruna, es decir de la muerte.
La revista Escritor Político denunció que como consecuencia del conflicto, cada día mueren en Yemen 300 niños por falta de alimentos, medicinas y otros insumos, lo que constituye un genocidio perpetrado ante los ojos de un mundo insensible, que no termina de reaccionar o lo hace con tibieza.
El ministro yemení de Salud Pública y Población, Taha al-Mutawakel, denunció que la coalición saudí no sólo destruyó con los bombardeos las instalaciones médicas, sino que impide el ingreso al país de equipos y medicamentos.
Cada año unos seis mil menores enferman de cáncer y no hay como tratarlos y además se les impide cruzar un puente humanitario patrocinado por la ONU para enviarlos al exterior.
Otro problema grave es la falta de alimentos, sobre todo en los campos de refugiados donde están hacinados los que debieron desplazarse desde las zonas de conflicto.
El Programa Mundial de Alimentos dijo que por lo menos tres millones de menores, mujeres embarazadas y lactantes sufren diversos grados de desnutrición, lo que compromete gravemente su futuro.
Otro problema adicional es que pese a la guerra y sus horrores, continúan arribando a Yemen miles de africanos en busca de refugio. Se calcula que en estos momentos hay un cuarto de millón de somalíes, lo que agudiza la crisis.
Cuando uno se pregunta por qué un conflicto tan destructivo ocurre en el país más pobre del mundo árabe, que no tiene recursos energéticos, con un territorio desértico y un régimen de lluvias de casi cero por ciento al año, la única respuesta posible es que se trata de un problema geoestratégico.
Si revisan un mapa de la región verán que desde Yemen, por el lado árabe, y Eritrea y Yibutí, por la parte africana, se controla la estratégica garganta que une al Golfo de Adén con el Mar Rojo, y por allí transitan cada día millones de barriles de petróleo con rumbo al Canal de Suez, causa suficiente para explicar la barbarie que allí se comete y por qué las principales potencias occidentales participan en ella.