Por: Guillermo Alvarado
Las manifestaciones y el ataque ocurridos esta semana contra la embajada de Estados Unidos en Bagdad, capital de Iraq, pueden considerarse como una muestra de la obstinación ante la presencia de una fuerza militar de ocupación extranjera, que ha causado graves daños a esa nación.
Como se conoce, miles de personas lograron atravesar los puestos de control que impiden el acceso a la llamada “zona verde”, donde está instalada la sede diplomática.
Si bien no lograron penetrar a la instalación, lanzaron piedras, causaron moderados incendios y arrancaron las cámaras de vigilancia entonando consignas contra la presencia de las tropas del Pentágono que violan la soberanía del país mesopotámico.
La chispa que encendió los ánimos fue un bombardeo perpetrado por Estados Unidos contra varias bases de las milicias chiitas de las Fuerzas de Movilización Popular, FMP, que causó la muerte de por lo menos 25 iraquíes y heridas a otros cincuenta.
El presidente Donald Trump justificó esta agresión diciendo que las FMP atacaron antes una base en Iraq donde murió un contratista, eufemismo utilizado para disfrazar a los mercenarios estadounidenses que realizan de manera privada actividades militares, de inteligencia o de seguridad a cambio de elevados salarios.
Aunque nadie se responsabilizó por ese ataque, Trump de manera gratuita se lo atribuyó a Irán porque, según él, es el que maneja a las milicias chiitas. También acusó a Teherán por las protestas frente a su embajada en Bagdad, incapaz de comprender que hay en la población iraquí un profundo sentimiento anti norteamericano.
Así lo demostraban las pancartas y las consignas que corearon los manifestantes, que evidentemente no olvidan las dos destructivas guerras que Washington lanzó contra su país, ni la presencia en su territorio de cinco mil soldados y una cifra no determinada de mercenarios, es decir de esos llamados “contratistas”.
Personalidades políticas y religiosas, entre ellos el influyente clérigo Muqtada al Sadr, pidieron que se expulse a Estados Unidos de Iraq y se defienda la soberanía de la nación.
El gobierno dijo que luego de la muerte de 25 ciudadanos revisará la cooperación que mantiene con la coalición internacional contra el terrorismo, liderada por Washington.
Trump haría muy bien en estudiar todas las tropelías que su país ha cometido en Iraq desde el inicio de la llamada operación Tormenta del Desierto, el 16 de enero de 1991, hasta nuestros días.
Incluso él podría comprender así toda la sabiduría de aquel refrán popular donde se afirma que “el que siembra vientos, cosecha tempestades”.