Por: Roberto Morejón
El gobierno estadounidense, apresurado en pasar bajo su torcido filtro a los países que según estima cooperan con el terrorismo, sigue hermético sobre el tiroteo contra la embajada cubana en Washington.
En conferencia de prensa, el canciller cubano, Bruno Rodríguez Parrilla, reveló copiosa información sobre la trayectoria del autor de la balacera.
Alexander Alazo Baró, a quien tratan piadosamente en medios de prensa norteños, se vinculó en Estados Unidos con personas relacionadas con las prédicas de violencia contra la mayor de las Antillas.
En la profusa información brindada por el ministro cubano de Relaciones Exteriores, resalta el nexo del terrorista con un pastor allegado al senador Marco Rubio.
El congresista se ufana de susurrar al oído de altos funcionarios las iniciativas más radicales contra Cuba.
Alazo Baró se impregnó de ese clima de odio, en contraste con su conducta normal durante sus viajes a Cuba.
Además de trasladarse frecuentemente de residencia en Estados Unidos, el sujeto había planificado la agresión a la embajada y acudió a instancias oficiales.
Allí expuso lo que en su criterio constituía una persecución de agentes de Cuba, pero sus interlocutores no frenaron a un individuo tan truculento como peligroso.
En el certero criterio del jefe de la diplomacia cubana, “se aprecia negligencia en la conducta de Estados Unidos que no actuó ante informaciones de esa naturaleza”.
Pero son más las omisiones, desidias y silencios comprometedores del Departamento norteamericano de Estado.
El secretario Mike Pompeo, muy locuaz al calumniar a los médicos cubanos, enmudeció ante el tiroteo en Washington, en lugar de disuadir los ataques contra representaciones extranjeras.
Ni siquiera las autoridades estadounidenses informaron rápidamente a las cubanas sobre las investigaciones.
No hay otra explicación lógica, como subrayó Rodríguez Parrilla, de que Alazo Baró actuó bajo la influencia de la retórica agresiva contra Cuba, la instigación a la violencia y el odio manifestado por políticos de la nación norteña.
No se apartan de esa ascendencia los grupos extremistas anticubanos, promotores de la subversión en la mayor de las Antillas.
Entre esas arremetidas destacan por su virulencia las que tuvieron como blanco a personal del servicio exterior cubano, 11 de los cuales resultaron muertos, incluyendo uno en Nueva York.
Otra matanza estuvo a punto de ocurrir el 30 de abril cerca de la Casa Blanca y pudo ser prevenida.