Por: Roberto Morejón
El presidente estadounidense, Donald Trump, acumula reveses quizás insospechados por él. Desde el avance voraz de la pandemia por el nuevo coronavirus, el gobernante recibió más críticas y repulsa.
El hecho de que la primera potencia militar del mundo viera servicios hospitalarios prestos al colapso y acumulara más de 109 mil muertos, no resiste justificación.
Sin embargo, el descalabro por el pésimo manejo de Trump de la enfermedad quedó a un lado momentáneamente.
Así fue a partir de que un policía colocara, imperturbable, su rodilla durante 8 minutos sobre el cuello del afroestadounidense George Floyd.
El país ardió en manifestaciones contra la discriminación racial y ferocidad policial como en los años 60 del pasado siglo.
Trump apeló al autoritarismo y habló de matones, delincuentes, perros, armas nunca vistas, debilidad de gobernadores, asesinos y terroristas.
NI un intento de analizar los hechos ocurridos en la ciudad de Minneapolis y menos llamar a la concordia, una enseñanza que pudo encontrar en la Biblia esgrimida de forma oportunista frente a una iglesia.
En medio de dudas si la leyó alguna vez, el gobernante había ordenado antes “limpiar” el camino entre la Casa Blanca y el templo.
En su criticada caminata hacia la santuario lo acompañó el Secretario de Defensa, Mark Esper, quien posteriormente irritó al inquilino de la Casa Blanca.
El jefe del Pentágono afirmó que las fuerzas militares en activo solo deberían usarse como último recurso en situación extrema.
De esa forma contradecía al magnate inmobiliario, quien amenazó con lanzar a las fuerzas armadas contra los manifestantes.
Al pronunciamiento de Esper siguió el del ex jefe del Pentágono Jim Mattis, quien dimitió en 2018 por desacuerdos con el primer mandatario republicano.
Mattis acusó a su antiguo jefe de abuso de autoridad y de dividir a Estados Unidos.
De acuerdo con la cadena CNN otros altos mandos de la Defensa también mostraron “incomodidad” por los insultantes excesos de Donald Trump.
Las aparentes grietas en el poder se asocian a demostraciones públicas en un centenar de ciudades.
No se sabe hasta dónde llegará el impacto de lo ocurrido en los últimos meses y de una economía debilitada con 40 millones de solicitantes de seguro por desempleo.
Pero sí está clara la ira creciente de la población.
Así se aprecia cuando los ciudadanos hincan su rodilla en el suelo, un gesto antirracista al que se han sumado nada menos que agentes de policías.
