Por: Guillermo Alvarado
Tras la renuncia en masa del gobierno de Líbano luego de las violentas explosiones que arrasaron Beirut, seguidas de intensas protestas de la población cansada de la corrupción y la ineptitud administrativa, la pregunta que se hacen numerosas personas es qué va a ocurrir ahora en ese país.
Llama poderosamente la atención que en su mensaje de dimisión el ya ex primer ministro, Hassan Diab, reconociese que “los mecanismos de la corrupción son más grandes que el Estado”, una curiosa forma de aceptar que el poder real está en otro lado.
Se trata de una nación pequeña, con 6,8 millones de habitantes y diez mil 200 kilómetros cuadrados de extensión territorial, y su vecindad es muy compleja pues por el norte y el este limita con Siria y al sur con Israel.
Luego de una larga historia de ocupaciones, el llamado País de los Cedros logró una precaria independencia del protectorado francés en 1944 y conoció un breve período de prosperidad, que se vino abajo con la guerra civil de 1975 a 1990, que dejó un país envuelto en el caos político y religioso.
De hecho, no hay casi nada que ocurra en Líbano que no tenga un fuerte componente confesional y así se refleja en la composición de los poderes del Estado, dividido entre chiitas, sunitas y cristianos, entre otros.
El dimitente Diab, que contaba con el apoyo del movimiento Hizbullah, entregó su cargo al presidente Michel Aoun, líder de una importante facción cristiana que es apoyada por Estados Unidos y Francia.
Algunos analistas creen que la apresurada visita de Enmanuel Macron a pocas horas de la explosión en Beirut, se trató de una estrategia para avivar las protestas contra el gobierno, acelerar la caída de Diab y debilitar de alguna manera la influencia de Hizbullah en un futuro ejecutivo.
A nadie escapa que Líbano ocupa una posición geoestratégica para occidente, con más de 400 kilómetros de frontera con Siria, país al que las potencias aliadas a Washington no renuncian a despedazar para afianzar el poder de Israel en todo el Oriente Medio.
Además todos saben que Hizbullah tiene una alianza clave con Irán, por lo que atacar a ese movimiento significa hacerlo también a Teherán, otra piedra en el zapato de Estados Unidos para apoderarse de esa región del planeta.
De tal manera que la designación de un nuevo ejecutivo en Líbano es algo que va mucho más allá de las necesidades y aspiraciones de ese pueblo, enredado en la maraña de los intereses hegemónicos estadounidenses y europeos.
Dicho más claro, ese gobierno en lugar de salir de las urnas, emergerá de oscuras negociaciones en la Casa Blanca, el palacio del Elíseo y otros despachos similares.