Por: Guillermo Alvarado
Hace un año comenzaron a aparecer en países de América Latina y El Caribe los primeros casos de la covid-19, sin que en ese momento hubiese una clara percepción de la tragedia que el arribo de la pandemia significaría para nuestros pueblos, que están pagando un elevado precio.
Ya para mediados de 2020 nuestro continente, y Latinoamérica en particular, lideraban las negras estadísticas de la enfermedad en todo el mundo y todavía se mantiene a la cabeza.
Desde que el 26 de febrero se detectó el primer enfermo, un viajero que llegó desde Europa a Brasil, se han contabilizado más de 21,8 millones de positivos y la cifra de fallecidos rebasa los 785 mil, datos que en realidad son parciales porque en muchos países los registros son poco confiables.
Por ejemplo, en Brasil, el más grande de la región, el más poblado y también el más dañado por la pandemia, es imposible saber con exactitud cuántos son los contagiados y los muertos en las comunidades indígenas más apartadas de la extensa Amazonía.
Según un recuento ajustado al día de ayer, en el Gigante Sudamericano el número de casos en los últimos doce meses es de 10,5 millones y los decesos superan los 254 mil, cantidades de las que en buena medida es responsable la administración de Jair Bolsonaro por la pésima gestión de la crisis.
Excepto Cuba, que cuenta con un sólido sistema de salud basado en la prevención, ningún otro país estaba preparado para la magnitud del desastre y no se borran de la memoria los cadáveres en las calles en Guayaquil, Ecuador, o los pacientes muertos de asfixia por la falta de oxígeno en Manaos, Brasil.
Las medidas adoptadas para romper la cadena de contagios abrieron paso a otro drama, el colapso de la economía y sus secuelas de desempleo, pobreza, hambre y millones de niños que tuvieron que interrumpir sus estudios.
Todas las miradas están puestas con esperanza en las vacunas, pero también allí se reflejan las desigualdades, la corrupción y el egoísmo. En días recientes publiqué un comentario acerca del consorcio farmacéutico Pfizer y sus desmesuradas exigencias para vender su producto a los países pobres.
De toda América Latina y El Caribe sólo Cuba contará con sus propios inmunizantes y los demás dependerán del dinero que tengan para comprarlos o del aporte limitado de mecanismos, como COVAX, para proteger a una parte de su población.
El 2020 fue un año para olvidar y lo poco que hemos visto en los dos primeros meses del actual no permite sentirse optimistas, ni sobre el curso de la pandemia, ni sobre lo que hayamos aprendido de ella para ser mejores.