Imagen / Trinchera de opinión / Blogger
Por: Roberto Morejón
República Dominicana pudiera convertirse en el constructor del muro número 71 que en el mundo separan realidades inocultables, al programar el levantamiento de una de esas obras en la frontera con Haití.
Planeado su inicio para el segundo semestre del año en curso y encargada a una empresa israelí, la verja de 380 kilómetros de longitud generó polémica.
El argumento del gobierno dominicano es aplacar lo que calificó de graves problemas de inmigración ilegal, narcotráfico y tránsito de vehículos robados.
Para conseguirlo un país pobre como el señalado se propone instalar, además de la empalizada, sensores de movimiento, cámaras de reconocimiento y sistemas de rayos infrarrojos.
Toda una parafernalia tecnológica que en nada avizora resolver las tensiones entre Haití y República Dominicana, donde viven casi 500 mil migrantes del país vecino.
De manera que las autoridades dominicanas se unirían a tantos emprendedores de vallados fronterizos o NO para impedir migrantes, traficantes, personas indeseables o simplemente incómodas.
La mayoría de las barreras se instalaron entre territorios con fricciones políticas, económicas o sociales, con crisis migratorias y afanes colonialistas, como la de Israel para deslindarse de Cisjordania.
Un primer mandatario conservador como el estadounidense Donald Trump hizo lo posible por avanzar en el muro con México.
El ex gobernante tiene la desacertada creencia de que con el humillante obstáculo es posible impedir el arribo de migrantes.
Otra muralla ominosa se levantó en el Sahara Occidental de casi 2 mil 800 kilómetros , mediante la cual Marruecos trata de impedir, según dice, acciones militares de los independentistas.
En ese último caso también se manifiesta el afán del constructor de la pared limítrofe de evitar contratiempos a su cuestionado control del Sahara Occidental, a contrapelo de los deseos de su pueblo.
Argumentos de uno y otro tipo parecen quebrarse ante los llamados de expertos, personalidades y organismos internacionales a trabajar para resolver las causas de los flujos migratorios, antes que erogar millonarias sumas en tapias.
En el caso de Haití, la extrema pobreza de su pueblo continuará desafiando pronunciamientos políticos de Occidente, despliegues militares, misiones de cascos azules, terremotos, huracanes e incluso verjas caribeñas.