El presidente haitiano, Jovenel Moise. /
AFP
Por: Guillermo ALvarado
La caída esta semana del gobierno del primer ministro de Haití, Joseph Jouthe, es un episodio más de la profunda crisis política que azota al país caribeño, golpeado además por inclementes fenómenos naturales y la intromisión de potencias foráneas en sus asuntos internos.
El primer país libre del yugo colonial de América Latina y El Caribe es hoy día el menos funcional de todos, con más del 59 por ciento de su población viviendo en la pobreza y 24 de cada cien sumidos en la total miseria.
Tras su independencia luego de la primera revolución triunfante de esclavos en la historia, entre 1791 y 1804, Francia le obligó a pagar una elevada suma como compensación por la libertad, lo que lastró su desarrollo.
La metrópoli europea primero, y después Estados Unidos, han puesto y quitado gobiernos a su antojo, apoyado sangrientas dictaduras e imposibilitado cualquier movimiento hacia la soberanía y la democracia.
Todo empeoró tras el poderoso terremoto de 2010 que destruyó buena parte de la infraestructura y fue seguido de una legión de organizaciones, llegadas de muchas partes del mundo, para aplicar supuestos programas de ayuda que nunca fueron coordinados con las autoridades locales.
Un ejemplo de este desorden lo dio la Comisión para la Reconstrucción de Haití, dirigida por el expresidente de Estados Unidos, William Clinton.
Una investigación sobre el papel que jugó la entidad determinó que cinco mil 400 millones de dólares fueron entregados a grupos no haitianos, entre ellos contratistas privados; 580 millones fueron para el gobierno central, y sólo 36,2 millones para organizaciones comunitarias locales de base.
Si bien no se encontraron rastros de malversación, la verdad es que el dinero no fue a parar a donde más hacía falta.
La comisión, y la entonces secretaria norteamericana de Estado, Hillary Clinton, prácticamente impusieron a Michell Marthelli como presidente en 2011 y éste, a su vez, hizo lo mismo en 2016 con Jovenel Moïsse.
En 2018 se produjeron grandes manifestaciones de repudio contra el gobierno por la desaparición del dinero proveniente del programa solidario venezolano Petrocaribe, que debía destinarse a planes de beneficio social.
La nación volvió a hervir porque Moïsse se negó a entregar el poder en 2021, como correspondía, y decidió extender su mandato un año más.
El país más pobre del hemisferio vive una tragedia interminable, matizada por huracanes, una epidemia de cólera de la que fue responsable la Misión de la ONU para la estabilidad del país, corrupción y delincuencia organizada, un desolador paisaje donde no hay lugar para la esperanza.