Por: Guillermo Alvarado
Lo que está ocurriendo en Perú después de la segunda vuelta de los comicios presidenciales, celebrados hace un mes y una semana y todavía sin un ganador oficialmente declarado, es una excelente base de estudio de lo que la democracia significa para la derecha más rancia de nuestra región.
Como se sabe, el profesor rural Pedro Castillo desbarató todos los pronósticos y se impuso a la neoliberal Keiko Fujimori con poco más de 40 mil votos a su favor, un resultado apretado, pero no raro en ese país.
En 2016, en el repechaje electoral Fujimori perdió ante Pedro Pablo Kuczynsky por unas 41 mil papeletas y no hubo el escándalo que hay ahora.
Hasta para los que reducen brutalmente el concepto de democracia a la simple existencia de partidos políticos, que hibernan largo tiempo y despiertan sólo cuando la gente debe ir a las urnas para elegir a sus autoridades, está claro que una votación se gana o se pierde hasta por un solo sufragio.
Resulta ahora que Keiko, hija del ex dictador Alberto Fujimori encarcelado por cometer graves violaciones a los derechos humanos, entre ellas masacres, secuestros, torturas y asesinatos, no está dispuesta ni siquiera a aceptar ese escuálido concepto del poder del pueblo.
Así se desprende de las tretas que ha ejecutado en las últimas semanas.
Cuando se conoció que el conteo de las boletas le fue adverso, inundó al jurado electoral con denuncias sin base y obligó a revisar actas de lugares remotos, en un intento de ralentizar el proceso y hacer otras maniobras.
Una tras otra, sus impugnaciones fueron declaradas nulas, lo que no impidió que ideara otras argucias, entre ellas reclamar una auditoría internacional para revisar los comicios y encontrar la victoria por esa vía.
Para su desgracia, ni uno solo de los observadores internacionales, donde hubo un amplio abanico de tendencias políticas, ni un solo gobierno extranjero, incluido el de Estados Unidos, que ya es mucho decir, pusieron en tela de juicio la calidad de los comicios.
Quedaron a su favor la gran prensa conservadora peruana, dedicada a satanizar a Castillo poniéndolo como representante del comunismo internacional, y la derecha más extrema que ve en el cielo nubarrones para su codicia sin freno.
En uno de sus últimos arranques de ira, Keiko Fujimori dijo que no reconocerá la proclamación de Castillo, ni a su gobierno, lo que no impedirá que continúe el proceso judicial en su contra por corrupción y lavado de dinero.
Vean ustedes la diferencia: cuando perdió ante Kuczynsky no hubo bulla, porque al fin y al cabo era de la misma derecha, pero ahora contra Castillo, un hombre progresista y salido del pueblo más humilde, resulta que ni siquiera esa democracia electorera funciona.