Imagen / La Razón
Por: Guillermo Alvarado
Decenas de miles de haitianos abandonan su país, instigados por la miseria, los fenómenos naturales destructivos, la violencia de las pandillas, el crimen organizado y la inestabilidad política, con el sueño de encontrar un sitio dónde hacer una vida lo más parecido a lo normal que sea posible.
Viajan junto a su pobreza, acompañados por la familia, con niños de todas las edades y en ocasiones llevan adultos mayores y enfermos, pero la necesidad es siempre más grande que los peligros o, en todo caso, tienen las mismas posibilidades de perder en el trayecto, que quedándose en casa.
Muchos resultaron víctimas de la ilusión de que un cambio de gobierno en Estados Unidos traería consigo más flexibilidad en el trato a los migrantes, como arteramente ofreció el hoy presidente Joe Biden en su campaña para ganar la Casa Blanca.
El desengaño no los ha disuadido y se empecinan en un viaje duro, muy riesgoso, que ya está dando señales de alarma.
Así lo refieren responsables de centros de albergue en la capital de México, que están saturados por una doble oleada de haitianos, una que viene del norte, los rechazados y expulsados de las últimas semanas, y otra procedente del sur, desde lugares insólitamente lejanos, como Brasil o Chile.
Como se recordará, el gobierno de Estados Unidos decidió disolver el campamento ubicado debajo del puente fronterizo entre Del Río y Ciudad Acuña, que llegó a tener 15 mil personas, la mayoría originarias de Haití.
Se vivieron allí escenas que mostraron una vez más a la principal potencia económica del planeta como una nación intolerante, llena de odio y desprecio hacia los pobres y abandonados y, si bien hubo un cambio de matiz, nunca escuchamos a su presidente disculparse por los excesos cometidos.
Muchos de los haitianos evitaron la deportación inmediata internándose en México y son los que alimentan la oleada del norte hacia la capital, donde esperan documentarse, con suerte encontrar algún trabajo para recuperar fondos e intentarlo de nuevo cuando haya oportunidad.
Se unen a ellos los que vienen del sur en un viaje larguísimo, lleno de penurias y vicisitudes que darán material para otros trabajos y que tienen el mismo propósito, cruzar por algún punto de los más de tres mil kilómetros de frontera mexicano-estadounidense y llegar “al paraíso”.
Contrario a lo que piensan algunas autoridades de México, no harán una estadía corta porque en sus planes no entra retornar a su país.
Son los hijos de la miseria, los desheredados de todo, hasta de la esperanza, los que ya no tienen nada más que perder, mariposas nocturnas atraídas por una luz que terminará quemándoles las alas y los sueños.