El expresidente hondureño Juan Orlando Hernández luego de ser detenido en Tegucigalpa, Honduras, el 15 de febrero de 2022. Reuters
Por: Guillermo Alvarado
El ex gobernante de Honduras, Juan Orlando Hernández, también conocido por sus iniciales JOH, prácticamente pasó de ocupar el sillón presidencial a sentarse en el banquillo de los acusados tras su detención a pedido de Estados Unidos, donde se le señala de tráfico de drogas y otros delitos.
Las imágenes de Hernández, quien hasta hace poco tiempo lucía la banda simbólica del poder, conducido por la policía con esposas y cadenas en manos y pies como un vulgar delincuente, hacen recordar las denuncias vertidas en contra de su administración durante los últimos años.
Por razones poco claras Washington decidió esperar a que terminara su mandato para ordenar su detención, pero los indicios que lo vinculan directa o indirectamente al trasiego de estupefacientes eran tema público.
Durante su primer período, de 2014 a 2018, JOH fue un aliado incondicional de la Casa Blanca y cuando decidió violar la Constitución para gobernar otros cuatro años, hasta 2022, Washington guardó absoluto silencio.
El ministerio estadounidense de Colonias, dígase Organización de Estados Americanos, OEA, tan celoso guardián de la democracia en Venezuela y Nicaragua, también miró para otro lado ante esa ilegal reelección.
No es creíble que durante esos ocho años desconocieran la rampante corrupción que se filtró en todos los niveles del Estado hondureño, el crecimiento del narcotráfico y la violencia que acompaña a este flagelo.
El Departamento de Estado sabe de la pobreza aguda que aflige a ese pueblo centroamericano y el miedo que flota sobre sus cabezas, motivo fundamental de que cientos de miles abandonen su tierra para recorrer el escabroso camino de la migración indocumentada.
Pero nunca se hizo nada. Cuba es sancionada por supuestamente promover el terrorismo, Venezuela sigue considerada una amenaza extraordinaria para la seguridad de Estados Unidos y a Nicaragua le imponen cercos financieros.
¿Conoce alguien una sola sanción que se haya dirigido al corrupto gobierno de Juan Orlando Hernández? Yo no recuerdo ninguna.
La única explicación posible es que, aun teniendo preso en Estados Unidos a su hermano por narcotráfico, el entonces presidente de Honduras le era útil de alguna manera a Washington y por eso estuvo allí hasta el final.
Una vez terminada su función, se convirtió en un peón sacrificable.
Habrá que ver si con la misma determinación se apoyará al gobierno de Xiomara Castro para enfrentar la pesada herencia que recibió, si se contribuirá con el mismo empeño a eliminar la pobreza, mejorar la calidad de vida de la gente y a expulsar a las transnacionales que roban las riquezas naturales.
Entonces, quizás, la captura de JOH comenzará a ser creíble.