Por: Guillermo Alvarado
Llama poderosamente la atención la manera en que muchos políticos y funcionarios, incluido el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, culpan a la guerra en el este de Europa de casi todos los males que hoy azotan a la humanidad, pero ignoran flagrantemente viejas tragedias.
Dijo hace pocas horas Guterres que mil 600 millones de personas sufrirán el impacto de las acciones bélicas en Ucrania, sobre todo en los renglones de la seguridad alimentaria, la energía y las finanzas, males que, según su criterio, se profundizan y se aceleran por el conflicto.
Explicó que alrededor de 94 países, donde habitan esa cantidad de seres humanos, están gravemente expuestos al menos a una de las dimensiones de la crisis y no tienen condiciones para evitarla.
Una guerra es un evento cruel, devastador e imprevisible por el curso de los acontecimientos, un hecho que, como dijo Gabriel García Márquez en su obra Cien años de soledad, es mucho más fácil de iniciar que tratar de terminarlo.
Pero cuando uno se refiere a él en los términos en que lo hizo el líder de la ONU respecto a Ucrania, debe cuidarse de analizarlo en todas sus causas y no mencionar nada más que a uno sólo de los actores, en este caso Rusia, sino a todos los que lo alimentan, promueven y se benefician de él.
Cuando se pide a Moscú que cese sus operaciones, debe exigirse también a Estados Unidos, la OTAN y las potencias europeas que paren los envíos de armas de alto poder destructor, de invertir miles de millones de dólares para profundizar el conflicto, que muy bien podrían servir para aliviar el hambre.
Tampoco se puede ser maniqueo y olvidar otras aventuras bélicas recientes o actuales, donde se pierden cifras inconmensurables de dinero y recursos, cuyo uso en generar desarrollo en el mundo pobre permitiría sobrevivir a miles de millones de seres humanos.
¿Cuántas escuelas, universidades, centros de preparación tecnológica, hospitales, proyectos de producción de bienes y servicios se habrían pagado con las bombas que lanzó la OTAN sobre Yugoslavia y Libia?
Es fácil llorar sobre el África subsahariana, pero ¿alguien ha calculado cuántas veces habría salido de la pobreza y el atraso con lo que costaron 20 años de guerra y ocupación en Afganistán, que no aportaron al mundo un solo día de seguridad, como prometieron sus promotores?
¿Quién se beneficia con las armas que alimentan guerras en la República Democrática del Congo, Sudán, Somalia, Etiopía, Benín y un largo etcétera de países destrozados con tecnologías propias del mundo desarrollado?
El conflicto en el este europeo es una desgracia, es verdad, pero no el único culpable de que parte de la humanidad esté al borde de la extinción.