UK
Por Guillermo Alvarado
Cuando en abril pasado el primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, anunció el proyecto de deportar hacia Ruanda a los indocumentados que solicitan asilo, afirmé que se trataba de un delirio xenófobo, de una creación de mentes perversas que no conocen límites.
Lo que entonces parecía una pesadilla, ahora es una vergonzosa realidad avalada por los tribunales británicos, que uno tras otro rechazaron las apelaciones que hicieron organizaciones defensoras de los migrantes, que por miles cruzan cada año el Canal de la Mancha en busca de una vida mejor.
El gobierno de Johnson cerró el trato con las autoridades de Ruanda como si se tratara de una vulgar compra-venta de carne humana. Tras el arribo del primer vuelo al país africano, previsto para hoy, pero frenado a último momento por la justicia europea, recibirán 120 millones de libras esterlinas.
Esta interrupción, sin embargo, no significa en lo absoluto el final del programa que ya cuenta, como dije antes, con la aprobación de los principales órganos de justicia británicos y está firmado con Ruanda, una nación con dudosa trayectoria en materia de protección de derechos humanos.
Quizás lo más indecente del caso es que quien cerró el trato fue la ministra británica del interior, Pritti Patel, a quien el cargo, asumido en 2019, parece haberle borrado la memoria, pues ella misma es hija de dos humildes ciudadanos originarios de Guyarat, en India.
Si los padres de la funcionaria hubiesen recibido el trato que ella propone dar a los demás, habría nacido en Kigali, capital ruandesa, no en Londres.
En mi comentario del 16 de abril de este año cité declaraciones de Tim Naor Hilton, director general de Refugee Action, respecto a esta política, quien dijo que el plan es una forma cobarde, bárbara e inhumana de tratar a personas que huyen de la guerra y otros males.
La desafortunada ocurrencia de Johnson y su ministra del Interior no es más que una forma de lavarse las manos, con agua bastante sucia, por cierto, al enviar a los solicitantes de asilo a siete mil kilómetros de Londres.
Pero lo hace el mismo gobierno que afirmó estar dispuesto a acoger a quienes huyen de la guerra en el este de Europa, a los refugiados de Ucrania que, claro, son rubios y tienen los ojos azules.
No le preocupó al jefe de gobierno británico que 23 obispos, que ocupan igual número de curules en la Cámara de los Lores, hayan expresado que la deportación de indocumentados a Ruanda avergüenza a toda la nación.
De Johnson se puede esperar cualquier cosa, entre más mala, más probable, y en cuanto a la señora Patel no hace sino demostrar la sabiduría del refrán popular que reza “no hay peor cuña, que la del mismo árbol”.