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Por: Roberto Morejón
Los candidatos a la presidencia de Brasil, en campaña de cara a la segunda vuelta electoral del 30 de octubre, recorren el país en una frenética cruzada a fin de atraer seguidores.
Mientras el actual primer mandatario, el ultraderechista Jair Bolsonaro, arremetía desde el estado de Río Grande Do sur contra los gobiernos progresistas en América Latina, Luiz Inacio Lula Da Silva incursionaba en una zona de alta peligrosidad, sin abandonar su plan de conversar con sectores evangélicos.
El expresidente Lula irrumpió osadamente en el Complejo Alemán, zona de favelas en Río de Janeiro, donde el orador prometió implementar políticas para aumentar la inclusión social.
El ex dirigente metalúrgico, de extracción humilde, pareció evocar sus orígenes al hablarles a sus compatriotas de la favela sobre su esperanza de volver al proyecto Mi casa Mi vida, implementado en sus mandatos anteriores, para generar empleos destinados a los más pobres.
Adultos residentes en zonas desfavorecidas de Río de Janeiro recuerdan los teleféricos y el Programa de Aceleración del crecimiento, obras paralizadas por Bolsonaro.
El hecho de que Lula hiciera campaña en uno de los suburbios más peligrosos de Río de Janeiro, pone de relieve su afán de disputarle votantes a su rival político, quien, para asombro de muchos, ganó seguidores en esa región.
Fue así gracias a que en el inseguro cinturón de pobreza de Río actúan activistas de la poderosa iglesia evangélica, simpatizante del extremista Bolsonaro.
Pero no solo los fieles de ese credo promueven el sufragio hacia Bolsonaro, pues igual lo hacen policías acusados de excederse en sus funciones represivas y agentes de escuadrones parapoliciales, a quienes defendió el ex capitán del ejército, porque en su criterio son útiles en el choque con el crimen organizado y el narcotráfico.
Conocedor de que la influencia de los evangélicos catapultó a Bolsonaro hacia la presidencia, ahora Lula conversa con algunos de sus segmentos, oportunidad para rechazar infundios como aquel que asegura que si gana la izquierda el 30 de octubre, sobrevendrá el cierre de las iglesias.
Con gran tino y poder de persuasión, Lula se despoja de los estereotipos que le endilga la derecha y amplía consensos, como lo evidenció al orientar a sus seguidores ostentar prendas de color blanco, en lugar del rojo.
Da Silva y el Partido de los Trabajadores dejan claro así que el proyecto defendido por ellos descansa en una amplia coalición con partidos de izquierda y centro.