Por María Josefina Arce
En noviembre pasado en la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático, en Egipto, el entonces presidente electo de Brasil, Luiz Inácio Lula Da Silva, expresó su compromiso con la lucha contra el cambio climático y la deforestación de la Amazonía.
La sola presencia de Lula Da Silva en el importante evento fue una señal de su disposición de volver a incorporar a Brasil a este esfuerzo global contra un fenómeno que amenaza seriamente la vida en el planeta.
Y sin perder tiempo, ya en las primeras horas de asumir su mandato, comenzó a cumplir sus promesas. Una de sus primeras medidas fue revocar un decreto que permitía la explotación de oro en la región amazónica, una controvertida actividad a la que se señala como causante de deforestación, contaminación y ataques a los pueblos indígenas.
El decreto había sido rubricado en febrero del pasado año por su antecesor en el Palacio del Planalto, Jair Bolsonaro, quien durante sus cuatro años de gestión incentivó la minería y los negocios agropecuarios en el mayor bosque tropical del mundo.
Según datos publicados, la minería artesanal destruyó solo en 2021 unos 125 kilómetros cuadrados de la Amazonía brasileña.
Existe consenso entre los científicos de que la selva amazónica se está acercando a un punto de inflexión. Señalan que la pérdida masiva de árboles y vegetación podría liberar suficiente carbono a la atmósfera como para asegurar las consecuencias catastróficas del cambio climático.
Por tanto, otra de las medidas tomadas por Lula Da Silva ha sido el restablecimiento del Fondo Amazonía, cuyos principales contribuyentes Alemania y Noruega congelaron de forma indefinida sus aportes ante la política antiambiental de Bolsonaro.
El ya ex presidente había disuelto el Comité Técnico y el Comité Orientador, órganos que definían el destino de los recursos del Fondo, creado en 2008, durante el segundo mandato de Lula Da Silva.
Pero tras la victoria del candidato del Partido de los Trabajadores en la segunda ronda de las elecciones generales de octubre pasado, Noruega manifestó su deseo de reanudar la ayuda financiera a Brasil para reducir la deforestación en la selva del Amazonas.
El país escandinavo fue el mayor donante, pues entre 2008 y 2018 donó MIL 200 millones de dólares a la iniciativa, que tiene como objetivo prevenir, monitorear y combatir la tala indiscriminada de árboles en la región.
Y en estas acciones tienen un papel esencial los pueblos originarios, fieles guardianes de la biodiversidad y el entorno. Es así que en Egipto se reunió con líderes indígenas de todo el mundo, quienes tras el encuentro expresaron su satisfacción, ante el propósito de Lula Da Silva de aprovechar sus estrategias y propuestas referidas al cuidado de la Madre Tierra.
Bajo el liderazgo del nuevo presidente, Brasil retorna al ruedo Internacional y se suma a los esfuerzos mundiales para enfrentar el cambio climático y sus graves consecuencias para la humanidad.