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Por María Josefina Arce

Solo un gran rechazo podia provocar el intento de golpe de estado en Brasil  por simpatizantes del ex presidente Jair Bolsonaro, en busca de revertir los resultados de las elecciones generales de octubre pasado que dieron la victoria a Luiz Inácio Lula Da Silva.

Líderes y personalidades de diversos países del mundo, así como bloques regionales condenaron el ataque a la constitucionalidad en el gigante suramericano y la alteración del orden y seguridad públicos.

Los bolsonaristas ocuparon violentamente en Brasilia, la capital, los principales edificios públicos del país,  el Congreso, el Palacio presidencial y la Corte Suprema, en los que ocasionaron daños al patrimonio público.

Estas acciones desconocieron la voluntad del pueblo brasileño, que con más de 50% de los votos eligió a Lula Da Silva para ocupar por tercera ocasión la presidencia de Brasil, tras cuatro años de un ineficaz y polémico mandato de Bolsonaro, durante el cual creció la pobreza y se ahondaron las desigualdades.

Los ultraderechistas aprovecharon que el jefe de estado se encontraba en el estado de Sao Paulo, donde inspeccionaba zonas dañadas por las recientes fuertes lluvias. 

Ya desde la derrota electoral de Bolsonaro, sus partidarios escenificaron acciones violentas. Bloquearon carreteras y se manifestaron ante cuarteles militares para pedir a las fuerzas armadas que impidiesen la toma de posesión de Lula Da Silva, el pasado día primero, en la que no estuvo presente el mandatario saliente que prefirió viajar a Estados Unidos, donde casualmente se encuentra en estos momentos.

En diciembre último manifestantes ultraderechistas chocaron con la policía e incendiaron autobuses, y horas antes de la ceremonia de asunción fue arrestado un individuo por colocar un explosivo en un camión en el aeropuerto de la capital brasileña.

Bolsonaro no reconoció su derrota en las urnas, y en la declaración pública que hizo dos días después de los comicios solo agradeció a sus electores pero eso sí, reivindicó los bloqueos golpistas.

Lo cierto es que durante su gestión, el capitán retirado del ejército, gran admirador de la dictadura militar imperante en Brasil de 1964 a 1985, mantuvo un discurso de odio, y en todo momento cuestionó el sistema electoral brasileño.

Un  pretexto para justificar cualquier acción ilegal o violenta de revertir los resultados de los comicios e incluso, anularlos, en caso de perder, como finalmente sucedió.

De hecho hace menos de una semana el Partido Socialismo y Libertad presentó un recurso ante el Supremo Tribunal Federal para que Bolsonaro fuera detenido, acusado de incentivar actos violentos.

En el gigante suramericano, como coinciden muchos, parecen reeditarse los sucesos de enero de 2021, cuando el Congreso de Estados Unidos fue asaltado por seguidores del hoy ex mandatario Donald Trump, por cierto muy admirado por Bolsonaro.

La ultraderecha activó en Brasil  sus mecanismos para intentar retener de manera ilegal y violenta el poder, perdido legítimamente en las urnas. Una vez más volvió a mostrar su desprecio por la voluntad del pueblo.