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Por: Roberto Morejón
El avance de las investigaciones sobre el intento golpista en Brasil subraya el largo brazo del poder militar, el cual por complicidad u omisión allanó el camino a las turbas fanáticas del expresidente Jair Bolsonaro, para saquear el asiento de los tres poderes de la democracia local.
Una de las primeras señales del contubernio radica en la rapidez de la entrada de las hordas bolsonaristas al capitalino Palacio de Planalto, luego de sobrepasar la insuficiente custodia.
La carencia de un personal de seguridad elevado en número y eficiente no pareció un hecho aislado, pues ya estaba dada la alerta por los servicios de inteligencia sobre los agresivos propósitos de los fanáticos de Bolsonaro.
No pocos de ellos permanecieron embravecidos frente al cuartel general del ejército en Brasilia durante 70 días.
El gobernador del Distrito Federal, Ibaneis Rocha, denunció que el ejército impidió la retirada de los asentamientos de los adeptos al exprimer mandatario.
Así ocurrió a pesar de que encendieron alarmas al manifestar fraude electoral, sin pruebas, demandar de las fuerzas armadas una intervención e impedir que, según vociferaron, llegara el comunismo a Brasil.
Ninguno de los uniformados pareció inmutarse por tales indicios, asociados a exhortaciones en las redes sociales a otorgarle el “triunfo” al ultraderechista candidato, Jair Bolsonaro.
Este último ensalzó a los militares durante su mandato, no escondió su admiración por el golpe de estado en Brasil en 1964 y amparó a uno de sus hijos en el fomento de clubes favorecidos con la venta de armas.
Todo lo anterior se enlaza con un comprometedor hallazgo en la casa del exministro de Bolsonaro, Anderson Torres.
La policía encontró el borrador de un decreto con el que el gobierno del excapitán del ejército pretendía anular los resultados de los comicios, a través de la intervención del Tribunal Electoral.
De esa forma queda patentizada la premeditación del golpe del 8 de enero enfilado contra la democracia y la sensatez del presidente Lula al instruir la intervención de la policía de Brasilia, convocar a la Fuerza Nacional de Seguridad para restablecer el orden y eludir una petición de ese tipo al Cuartel general del Ejército.
Brasil sigue conmovido por el furibundo ataque contra los tres poderes básicos de la nación y por el curso de las investigaciones que no se frenan ni siquiera al tocar a las puertas de algunos mandos policiales y militares.