Conflicto Irán e Israel
por Guillermo Alvarado
Permítanme, queridos amigos, utilizar un recurso bastante manido en cierto tipo de literatura y decir que tras el ataque con cohetes y drones de Irán contra el régimen sionista de Israel, en el Oriente Medio la tensión escaló a niveles tan elevados que se puede cortar con un cuchillo.
La acción iraní fue en respuesta al injustificable ataque de Tel Aviv contra su consulado en Siria, donde fueron asesinadas numerosas personas, entre ellos dos generales y otros cinco oficiales de la Guardia Revolucionaria Islámica.
No hacía falta ser un experto para darse cuenta de que una agresión de ese calibre iba a traer serias consecuencias en la zona y desde hace algunos días era claro, dentro y fuera de Israel, que había una contraofensiva.
Benjamín Netanyahu amenazó con un ataque contra Irán lo que tiene en vilo al mundo porque eso significaría una generalización de la guerra donde, quieran o no, se verán involucrados varios países de la Unión Europea estrechamente aliados de Tel Aviv y su principal socio, Estados Unidos.
De hecho, Washington, Londres y otras capitales trabajan activamente para disuadir al régimen sionista de tomar acciones de hecho, no por razones humanitarias, sino por mantener el abastecimiento de crudo hacia occidente.
Una guerra en esa región tendría como primera baja el tráfico marítimo por el Canal de Suez y pondría en aprietos a las potencias por cuyas venas circula el crudo, además de otros riesgos, entre ellos el eventual uso del arsenal nuclear no declarado que está en manos de Israel.
Estamos hablando de un Estado que ha dado claras muestras de una irresponsabilidad total y un desprecio absoluto por las más elementales normas de convivencia entre los pueblos y naciones y del cual es posible esperar cualquier conducta, por brutal que ésta sea.
Y no es un problema sólo de quién está en el poder en ese lugar, pues en la práctica Netanyahu no es sino un representante más del movimiento sionista internacional, que no tiene nada que ver ni con la religión, ni con el pueblo judío no sionista.
La solución no pasa, entonces, por sustituir a Netanyahu sino por desmontar el tejido de ese movimiento, que pasa por un fanatismo pocas veces visto en el mundo y una red económico financiera con nexos en casi todos los países capitalistas de occidente y otros lugares del planeta.
Cuando usted lo mira de ésta manera, se explica entonces toda la semejanza entre el sionismo y el nazismo alemán, donde Adolfo Hitler sólo era la cabeza visible del iceberg, pero su fuerza estaba en otra parte que, ojo, no se destruyó completamente con su derrota en la II Guerra Mundial.