por Guillermo Alvarado
Como se preveía, el proceso electoral en Haití resultó muy complejo y su desenlace está rodeado de una gran tensión debido a los señalamientos de irregularidades en la primera ronda de votaciones, el endurecimiento de las exigencias de partidos opositores y, hace pocas horas, la renuncia de uno de los nueve miembros del máximo organismo rector de los comicios.
En la primera vuelta del 25 de octubre pasado resultaron ganadores el candidato del gubernamental Partido Haitiano Tet Kalé, Jovenel Moise, con el 32,76 por ciento de boletas a su favor, y Jude Celestin, de la opositora Liga Alternativa por el Progreso y Emancipación Haitiana, quien obtuvo 25,29 puntos.
Inmediatamente conocerse los resultados otras agrupaciones, como Familia Lavalas, proclamaron su inconformidad y denunciaron numerosas fallas en el proceso, las cuales fueron reconocidas por algunos de los protagonistas de las elecciones.
De hecho, el descontento popular fue la principal razón para postergar la ronda definitiva, que en principio fue programada el 27 de diciembre y luego fijada por medio de un decreto del presidente Michel Martelly para el venidero 24 de enero.
Este viernes están anunciadas numerosas manifestaciones para reclamar la anulación de los comicios y exigir la formación de un gobierno provisional que sería el encargado de convocar nuevamente a la población a las urnas, lo que podría significar la prolongación indefinida de la crisis política en el país más pobre y necesitado de todo el hemisferio occidental.
Las raíces de esta situación se esconden en los abusos de las potencias occidentales y colonialistas, que han dejado un rastro de miseria y abandono en la pequeña nación caribeña, que este 1 de enero conmemoró el aniversario 212 de su independencia, tras la primera revolución de esclavos victoriosa en la historia.
Semejante osadía no fue perdonada por las metrópolis europeas y el naciente imperio norteamericano, que vino a reconocer la soberanía haitiana hasta 1862, mientras Francia impuso al recién nacido país el pago de 90 millones de francos de la época como compensación por su soberanía, suma que se entregó por cuotas hasta casi la mitad del siglo XX.
Se considera que ese dinero equivale hoy día a unos 17 000 millones de euros y su devolución, como lo exigen numerosos sectores, daría un importante impulso a la economía haitiana y permitiría borrar las dolorosas huellas de la pobreza.
En lugar de eso, sin embargo, el tratamiento dado a lo largo de la historia a ese país es infame, pues ha sido víctima de numerosas intervenciones extranjeras y aún hoy día hay una fuerza de ocupación de la ONU que, a pesar de su nombre, no ha logrado estabilizar en lo mínimo la situación, como lo evidencian estos problemáticos comicios.
Es impredecible saber si se celebrará la segunda vuelta electoral, o si ésta será capaz de calmar los ánimos y fortalecer la institucionalidad. Lo único cierto es que mientras persistan la miseria y los elevados índices de insalubridad e ignorancia, todo estará por hacerse en Haití, un paradigma de la voracidad y la intrínseca maldad del capitalismo.