Por: Guillermo Alvarado
Tras finalizar el encuentro entre el Papa Francisco y el Patriarca Kirill, primero en la historia de los dos máximos jerarcas de las iglesias católica y ortodoxa rusa, el obispo de Roma agradeció al pueblo cubano y a su presidente, Raúl Castro, su disponibilidad activa para ser sede de esa reunión y aseguró que, “si sigue así, Cuba será la capital de la unidad”.
Se trata de uno de los más hermosos elogios recibidos por este país y, como ocurre siempre que son sinceros, está altamente merecido por tratarse de una nación que ha priorizado la solidaridad, la concordia, el entendimiento y la paz a lo largo de su historia y de manera particular tras el triunfo de la Revolución, el 1 de enero de 1959.
Hace pocos días se celebró el 50 aniversario de la fundación en La Habana de la Organización de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina, una entidad que tiene entre sus objetivos promover la paz, los derechos humanos, el desarrollo y la amistad en todos los rincones del planeta.
Cuba no es sólo la sede, sino que también uno de los principales actores de esta organización y así lo ha demostrado cuando acude a auxiliar a cualquier pueblo donde haya necesidades urgentes, o sufran el castigo de fenómenos naturales.
En fecha tan temprana como el 23 de mayo de 1963 un avión cubano aterrizó en Argelia con 29 médicos, cuatro estomatólogos, 14 enfermeros y siete técnicos de la salud, que inauguraron una gesta cuyos beneficios se extendieron a los cuatro puntos cardinales, incluida Europa occidental pues en pueblos remotos de Portugal también laboran profesionales de la mayor de las Antillas.
Son decenas de millones quienes recibieron la luz de la salud, del conocimiento y de la esperanza gracias a las brigadas, que sin otro interés que aportar bienestar a sus semejantes, recorren veredas, cruzan ríos y llegan a sitios intrincados con su mochila de medicamentos o de libros.
No olvidemos que este pueblo abonó con su sangre la independencia de Angola, de Namibia y la liberación de Sudáfrica del régimen del apartheid, que significaba una mancha en la conciencia de la humanidad.
Más recientemente en Cuba se proclamó a América Latina y El Caribe como zona de paz y aquí se trazan los caminos para terminar con el conflicto armado interno de Colombia, el más largo y sangriento de nuestra historia regional.
Por eso no es extraño que La Habana haya sido escogida como lugar de encuentro de los sumos pontífices de la iglesia católica y la ortodoxa rusa, cuyo objetivo fue plantar los cimientos de un puente que una a muchos siglos de separación, sin perder de vista los graves problemas de nuestro mundo actual, como el sufrimiento de los inmigrantes, las guerras en el Oriente Medio, África y Europa, así como cualquier práctica que atente contra la vida y la dignidad humana.
Un encuentro de suma importancia que, como ya dijimos antes, trasciende el ámbito religioso, y que tuvo un escenario digno, bajo la mirada atenta de un pueblo que supo llevar a la práctica la máxima del Héroe Nacional, José Martí, quien sentencio que Patria, es humanidad.