Por: Roberto Morejón
Los propios dirigentes chinos admiten que la economía tiene fuertes retos, pero constituye una manipulación magnificar los indudables contratiempos del gigante asiático o atribuirle la causa de los descalabros en otras regiones.
Los estrategas de la economía del gigante asiático aseguran que el crecimiento en los próximos cinco años tendrá una media de 6,5 por ciento, un indicador importante, aunque por debajo de los extraordinarios saltos acaecidos en los últimos tiempos.
Para calzar ese pronóstico puede apelarse al desempeño del pasado año, cuando la economía china tuvo un alza de 6,9 por ciento, aunque fue la más lenta en un cuarto de siglo.
Si bien el ritmo sigue notable en relación con las principales economías del mundo, la diferencia fue suficiente para la especulación en medios noticiosos internacionales.
El poder mediático, al servicio de grupos hegemónicos, insiste hasta el desaliento en que China aterrizará económicamente con dureza e incluso trata de sembrar la duda sobre la veracidad del enorme crecimiento de las últimas tres décadas.
Con frecuencia se elude que los avances de dos dígitos de años recientes sacaron a cientos de millones de personas de la pobreza.
Ante la avalancha de informes sobre el supuesto declive de China, en esa nación recurren a su proverbial paciencia.
Allí aseveran que es tiempo de hacer adecuaciones internas ante la continuidad de la crisis financiera global, de cuyos efectos no escapa su economía.
Es así que el gobierno subraya que los motores de crecimiento de la economía cambian y se reduce el énfasis en las inversiones para fomentar la industria de los servicios.
La estrategia presente también alienta la creación de
puestos de trabajo y reestructurar las empresas estatales.
NO obstante, sería un error dibujar un panorama ilusorio de la segunda economía más potente del planeta, pues afronta conflictos derivados del proceso acelerado de industrialización, como el daño al medio ambiente y desigualdades sociales.
También sufrió derrumbes bursátiles y se debió implementar un programa de reconversión en sectores que tradicionalmente habían empujado hacia adelante.
Pero el gobierno reacciona con rapidez a las tensiones económicas sin caer, como espera Occidente, en drásticas liberalizaciones del mercado mientras flexibiliza la política monetaria y apela a su presupuesto fiscal.
Es cierto que muchos analistas internacionales tienen en cuenta los informes sombríos sobre las perspectivas de China que insiste en presentar Occidente, pero se niegan a variar sus previsiones de cara al 2021.
En ese año, dicen, Asia, sin contar con el aporte de Japón, acaparará más del 50% del Producto Interno Bruto global y en 2045 el centro económico mundial estará sobre China.