Por: Guilermo Alvarado
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, insiste en su posición de que es mejor ignorar la historia de las relaciones de su país con el resto de América Latina y El Caribe como condición para iniciar “un nuevo día” partiendo de cero, como si nada hubiese ocurrido desde que el imperio despertó y hasta que el primer ciudadano de origen afroamericano ocupó la Casa Blanca.
Así lo dijo en Panamá en ocasión de la llamada Cumbre de las Américas, lo reiteró en La Habana, donde curiosamente buena parte del mundo insiste en que vino a hacer historia, y lo repitió de nuevo en Argentina, precisamente cuando los ciudadanos de ese país manifestaron su voluntad de mantener viva la memoria para lograr la justicia y la reconciliación de una sociedad fracturada por la feroz dictadura militar.
Obama es un hombre inteligente, él sabe que ignorar el pasado no hace que el presente sea mejor, ni allana el camino del futuro, por lo que cabe preguntarse entonces, ¿por qué insiste en este planteamiento?.
Respecto a Cuba opinamos que lo hace para escamotear el hecho de que su presencia en la tierra de José Martí no es mérito suyo, sino que es fruto de la exitosa resistencia de más de un siglo de este pueblo ante las apetencias del vecino del norte por apoderarse de su territorio y sus riquezas, naturales y humanas.
Pensamos que sí, que Obama vino a hacer historia a Cuba, porque su visita fue el reconocimiento de que a pesar de haberle robado su independencia conquista a precio de sangre y dolor, de la enmienda Platt, del apoyo a las dictaduras de Gerardo Machado y Fulgencio Batista, de los atentados contra el barco La Coubre y el avión de Cubana, a pesar de Girón, de medio siglo de bloqueo y tantos otros ataques, este pueblo creció libre y sano, sin rencores estériles, con un profundo humanismo enraizado en las ideas de Martí, de Varela, de Mella y de Fidel Castro.
Por eso se le recibió con respeto y se le escuchó con atención, sin que eso signifique estar de acuerdo con todo lo expresado. Solo un pueblo seguro y orgulloso de su historia puede actuar así, decir a la cara del interlocutor sus verdades y demostrarle que somos lo que somos, porque vivimos lo que vivimos.
Respecto a la región la situación es similar. El presidente de Estados Unidos le propone a nuestros pueblos dar un salto al vacío, borrar el recuerdo de la mitad del territorio arrebatado a México, la intervención en Guatemala, las invasiones contra República Dominicana, Granada y Panamá, la guerra sucia contra la Revolución Sandinista, el golpe que derribó a Salvador Allende, los Planes Cóndor, Colombia y Mérida y un largo etcétera que abarca a generaciones de latinoamericanos.
Antes que Obama hubo otro estadounidense que también quiso borrar la historia, o por lo menos ponerle punto final. En 1989 Francis Fukuyama dijo que tras la caída del socialismo europeo ésta había terminado. Se acabaron las ideologías, afirmó, y por lo tanto los conflictos y los enfrentamientos.
¿Podría alguien contar las guerras y sus víctimas que desde ese día y hasta hoy se han producido en este mundo, según Fukuyama, ya sin historia?
Obama puede ignorarla, si eso lo hace sentirse más cómodo cuando visita a nuestros países, pero mientras haya un hombre con memoria en el mundo, todo lo ocurrido seguirá allí para enseñarnos, o para avergonzarnos, según sea el caso.