Por: Roberto Morejón
El sueño de paz integral para Colombia pareció avanzar aún más hacia su ejecución al informarse en Caracas sobre el próximo inicio de conversaciones entre el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y los rebeldes del Ejército de Liberación Nacional.
La paz integral también puede conseguirse en la medida en que se selle el acuerdo que discuten desde 2012 el gobierno de Santos y las insurgentes Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, con sede de los encuentros en La Habana.
O sea, en un futuro cercano marcharán de forma paralela las dos mesas de diálogo, entre las autoridades de Colombia y las dos formaciones guerrilleras por separado, un esfuerzo nunca visto en el atribulado país, escenario de un conflicto interno de 52 años.
Debe saludarse la disposición de las FARC y el ELN a conversar para poner fin a una guerra que de acuerdo con diversas fuentes provocó casi 260 mil muertos, 45 mil desaparecidos y poco menos de 7 millones de desplazados.
También debe estimularse la actitud del presidente Santos, quien ha dedicado parte de su gestión al diálogo con las FARC y de manera exploratoria, desde 2014, con el ELN.
No son exiguas las fuerzas que en Colombia apuestan por la violencia y se oponen a las conversaciones con los dos grupos insurgentes, a los que tachan con los peores epítetos.
Tampoco desean el diálogo con los rebeldes las oligarquías y otras fuerzas que alimentaron el paramilitarismo, hasta convertir en tierra de nadie selvas y comarcas y sumar unidades al macabro listado de víctimas.
En el otro flanco, figuran la mayoría de los países latinoamericanos y caribeños y una buena parte de la comunidad internacional, dispuestos a seguir apoyando las pláticas entre el gobierno y las FARC y en lo adelante con el ELN.