Por: Guillermo Alvarado
La frustrada intención del uruguayo Luis Almagro, secretario general del ministerio de colonias de Estados Unidos, la vetusta Organización de Estados Americanos, OEA, de comenzar el proceso para aplicar la Carta Democrática contra la República Bolivariana de Venezuela constituye una línea más en el desprestigiado historial de ese organismo que jamás ha respondido a los intereses de los pueblos de la región.
Según Almagro, cuyo cambio de casaca a favor de los intereses de Washington merece particular comentario, existe en la Patria de Bolívar y de Hugo Chávez una alteración del orden institucional que afecta gravemente la democracia, por lo que intentó convocar un Consejo Permanente de los Estados miembros.
Si bien los 34 miembros de la OEA, tras una discusión de muchas horas optaron por emitir una declaración instando al diálogo en Venezuela en lugar de aplicar la dichosa Carta, la artera intención de Almagro aún está latente, y cuenta con el apoyo de la derecha regional.
Pero no hizo sólo eso. También se adjudicó el derecho de pasar por encima de entidades oficiales, como el Consejo Electoral Nacional, cuando reclamó que el referendo revocatorio contra el presidente Nicolás Maduro se realice este año.
Se olvidó que es el Consejo, y no la OEA, el ente encargado de fijar los plazos y las condiciones para la realización de eventos de esa naturaleza, con lo cual él mismo está atentando contra el orden institucional que tanto dice defender.
Almagro, cuya integridad ya sabemos que vale 30 monedas de plata, se puso así a la cabeza de la mal llamada oposición venezolana para destruir todas las conquistas sociales de los últimos años, que sacaron de la marginación a millones de personas, les otorgaron el derecho a la salud, la educación, al trabajo, a una vivienda digna y a disfrutar de servicios públicos de calidad.
Con su llamado a comenzar el proceso de aplicación de la Carta Democrática de la OEA, el asalariado de Washington olvidó, y pretendió hacer olvidar a los demás, que Maduro es un presidente legítimamente electo, y por lo tanto no puede ser suspendido de ese organismo.
Antes de seguir por ese camino suicida, el diplomático uruguayo debería echar un vistazo a la historia reciente de la entidad que dirige y responder a varias preguntas, como por ejemplo: ¿dónde estaba la OEA cuando la invasión a Panamá por el ejército de los Estados Unidos?
¿Qué hizo hasta hoy para conseguir la independencia de Puerto Rico, o alcanzar la libertad de presos políticos, como Oscar López Rivera, que hace unos días cumplió 35 años de estar tras las rejas por su lucha por la libertad y la democracia en su país?
La Carta Democrática de la OEA, recordemos, es un documento espurio, aprobado en 2001 para que Estados Unidos lo pueda aplicar a su antojo contra gobiernos que considera un peligro para sus intereses. No tiene nada que ver con la democracia, sino todo lo contrario, está diseñada para mantener la hegemonía imperial y que nuestra región siga siendo, como la ve Washington, un patio trasero o un mercado de mano de obra barata y valiosas materias primas a precio de ocasión.