Continúa el martirio del pueblo de Iraq

Editado por Maria Calvo
2016-07-05 10:59:18

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por Guillermo Alvarado

Cuando el 16 de enero de 1991 el gobierno del entonces presidente de Estados Unidos, George Bush, el padre, desató la operación Tormenta del Desierto sobre la población de Iraq, abrió las puertas de un prolongado martirio que prácticamente sin ninguna pausa persiste hasta hoy, 25 años después.

Esa tarde el mundo contempló desde la seguridad de sus hogares cómo los primeros misiles Tomahawk se abatieron sobre la ciudad de Bagdad y comenzó así una cadena de muertes, heridos y caos que han llevado a toda esa región a niveles máximos de desestabilización.

Los acontecimientos ocurridos el domingo pasado en un barrio de esa urbe, cuando al menos 213 personas perdieron la vida, muchos de ellos niños, y un número superior recibió lesiones, en el peor ataque terrorista de las dos últimas décadas, se inscriben en el curso de esa guerra injusta impuesta por Estados Unidos para garantizar su presencia en el Oriente Medio y aprovecharse de los riquisimos recursos naturales allí depositados.

La responsabilidad del ataque la asumió la organización conocida como Estado Islámico, un engendro surgido de las bandas irregulares, entrenadas y armadas por potencias occidentales para perseguir sus propósitos y deponer a gobiernos adversos a sus intereses.

La masacre forma parte de la ola que la semana anterior sacudió también a la ciudad turca de Estambul, a Kabul, la capital de Afganistán, y a Bangladesh, y que en las últimas horas también afectó a Arabia Saudita.

El rastro es el mismo que llevó a París y Bruselas y que de manera general mantiene en el temor a una buena parte del mundo, que vive en el tercer milenio de su historia moderna con iguales sobresaltos que en la edad media.

Y los orígenes de esta huella siniestra se ubican en los mismos lugares, en la Casa Blanca, en el Pentágono, en los cuarteles generales de la CIA en Langley, Virginia, donde quiera que se tomaron las decisiones de ir a un conflicto que un cuarto de siglo después sigue generando sus nefastos resultados, sólo que en un campo de acción mucho más amplio que el de su principio.

Dice el periodista estadounidense Bob Woodward en su libro “Los Comandantes”, donde narra los pormenores que llevaron a la invasión de Panamá en diciembre de 1989, y a la contienda contra Iraq 13 meses después, que “la decisión de ir a la guerra es de aquellas que definen a una nación, tanto ante el mundo como, quizá más importante aún, ante sí misma”

Si eso es verdad, que triste y dolorosa debe de ser la imagen que Estados Unidos recibe de sí mismo, cuando alguna vez tiene la oportunidad de mirarse ante un espejo y si consigue el valor de mantener los ojos abiertos.



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