Por Jorge Wejebe Cobo
El dos de enero de 1959 la Columna Invasora Dos, Antonio Maceo, dirigida por el comandante Camilo Cienfuegos ocupó, sin disparar un tiro, la jefatura del ejército en el campamento militar de Columbia, en La Habana, y ese mismo día cuando inspeccionaba la residencia del exdictador Fulgencio Batista, abrió de par en par una gran jaula de pájaros y dijo sonriente: “Desde este momento hasta los pájaros tienen libertad en Cuba”.
Camilo tenía razones para estar contento. Había cumplido la orden del jefe de la Revolución, Fidel Castro, quien les encargó a su columna y a la de Ernesto Che Guevara avanzar hacia La Habana y hacer fracasar el golpe de Estado fraguado por la embajada yanqui en complicidad con Batista y el ejército para impedir la victoria revolucionaria.
El Che, al frente de su columna Ciro Redondo, ocupó la Fortaleza de la Cabaña el día tres, mientras el Comandante en Jefe avanzaba desde el oriente al frente de la Caravana de la Libertad.
En su calidad de jefe del ejército rebelde en La Habana, Camilo ordenó la ocupación de las jefaturas de los órganos represivos, la detención de los esbirros implicados en asesinatos y disolvió el Buró de Represión de Actividades Comunistas (BRAC), el Servicio de Inteligencia Militar (SIM), el Buró Represivo de Actividades Estudiantiles (BRAE), y otros tenebrosos centros de la tiranía.
Además, indicó la creación de la Policía Nacional Revolucionaria el cinco de enero, a la vez que se enfrascó en la preparación del arribo a la capital y a Columbia de la Caravana de la Libertad, con el Comandante en Jefe al frente, el ocho de enero, para lo cual organizó detalladamente las medidas de orden y seguridad en el campamento militar donde todavía se encontraban tropas del ejército derrotado.
Pero quizás una de las medidas que más satisfacción le provocó fue ordenar la partida inmediata hacia Argentina de un avión para traer de regreso a exiliados cubanos en ese país, y especialmente a familiares de su hermano en la gloria Ernesto Guevara, que así pudo abrazar a sus padres y hermanos en los primeros días de enero, después de años de separación.
Contaba Vilma Espín que en aquellos primeros tiempos se hacían reuniones en la habitación de ella y de Raúl Castro en el campamento de Columbia, a las que asistía Camilo y cuando salía, como ya conocían sus bromas y travesuras, tenían que registrarlo porque acostumbraba a llevarse un montón de cosas en los bolsillos, y les dejaba las almohadas pintadas de corazones y con letreritos de las cosas que se habían estado conversando.
El ocho de enero Camilo esperó a Fidel y su caravana en el pueblo del Cotorro y los acompañó durante todo su recorrido. En Columbia, el líder de la Revolución pronunció su memorable discurso durante el cual una paloma blanca se posó en su hombro y allí dijo la conocida frase:
- ¿Voy bien, Camilo? Y este le contestó: - Vas bien, Fidel-.
Fue una pregunta que demostró la inmensa confianza que el Comandante en Jefe sentía por el Héroe de Yaguajay, y la admiración reciproca que se profesaban.
En aquellos días jubilosos otra anécdota pasaría a la historia como prueba de esa fidelidad, cuando se realizaba un encuentro amistoso de pelota entre combatientes rebeldes y a Camilo le tocaba jugar en el equipo contrario al de su jefe y en el último momento apareció en el terreno con el uniforme de su supuesto grupo contrario y se justificó diciendo con una gran sonrisa que contra Fidel, ni en la pelota.
Así fueron esos primeros días de enero de 1959, pletóricos de anécdotas que dieron a conocer al pueblo a sus héroes de la Sierra Maestra y entre ellos a aquel Comandante de 27 años, el de la sonrisa eterna y su sombrero de alón, el primer jefe rebelde que tuvo La Habana.
(Tomado de la ACN)