por Yusuam Palacios Ortega
Con qué satisfacción hemos sido testigos de un acto de justicia intelectual y de elevada cultura. En tiempos donde el pensamiento lucha por no fenecer y vencer la terrible crisis que intenta destruir el más completo de los ejercicios humanos: el del pensar -y así rasgar el tejido espiritual de los seres humanos hasta abrirlo despiadadamente- se nos presenta una oportunidad única de seguir creciendo, de continuar naciendo en lo autóctono y universal de quien es grande por esencia, de perpetuar su obra (profundamente ética y descolonizadora). Descubrir los entramados de un pensamiento integrador y radical, o de una vida movida por el amor que hace y nutre de fe y fuerza natural a un revolucionario; no es tarea fácil; sí deber generacional de quienes apuestan por el socialismo en Cuba y promueven, desde el debate y la reflexión permanentes, la defensa de la patria. Es esta una batalla cultural y un nombre imprescindible se inscribe todos los días en ella: Armando Hart Dávalos.
A Hart se ha dedicado uno de los sucesos culturales más importantes en Cuba con frecuencia anual: la Feria Internacional del Libro. Para quien ha sido artífice de la obra educacional cubana, de la construcción social de utopías en Cuba, de convertir en realidades, al decir del maestro pensante Fernando Martínez Heredia, imposibles que mueven a los revolucionarios y devienen necesidad para fundar; este acto de justicia intelectual y elevada cultura; supone, desde su sencillez y humildad, un compromiso mayor con su patria: continuar abriendo las puertas de la cultura en toda obra humana, propagar el pensamiento y trabajar con él para el bien de los demás, para hacer valer la elección martiana, de la que ha sido fiel continuador, de echar su suerte con los pobres de la Tierra. Donde no está la cultura, ha dicho Hart, está el camino a la barbarie; y esencialmente, desde esa defensa reflexiva y radical; que su nombre, y más aún, su obra (perfecta conjunción entre el decir y el hacer sin manchas); estén en la portada, prólogo, cuerpo, epílogo y contraportada de la feria del libro, es un antídoto salvador en medio de tanta inmundicia intelectual.
Hay que salvar la cultura, y hemos de asirnos a lo mejor del pensamiento crítico, descolonizador y revolucionario que ha formado la humanidad. Es imprescindible cultivarnos, no como meros asimiladores acríticos de la obra antecedida, sino como partícipes activos en el proceso de diálogo con la propia cultura, en la construcción de saberes e interpretación de la realidad. Un exponente principal de ese permanente diálogo es Armando Hart; pensador de su tiempo, profuso conocedor de la tradición de la que somos hijos – ética, filosófica y cultural, de resistencia patriótica y alternativa emancipadora. Como bien conoce su tiempo, está a su nivel, y trasmite con la fuerza de sus años importantes lecciones, las del maestro paradigma, sabio penetrante en la razón y los sentimientos de sus discípulos.
Es Hart un legítimo hijo de Ariel; personaje shakesperiano de la obra La tempestad, figurado de manera magistral por el uruguayo José Enrique Rodó, en su representación del “nuevo humano”, del hombre que se conoce a sí mismo, que busca en su interior las motivaciones de su vida, su lucha, que crece y crea, que es de firme orientación moral, que es joven de espíritu, pensamiento y acción; no es más que un pretexto para dialogar con los jóvenes, para llegar a sus vidas y construir juntos la sociedad nueva que queremos, más socialista, justa y humana. Forma parte Hart de una línea de pensamiento y acción, que transversaliza la moral, y salva el pensamiento de profunda raíz antimperialista y de resistencia cultural que tiene en la historia de lucha de nuestra América, osamenta medular.
En prólogo a un texto fundamental de Hart, una especie de manifiesto martiano y comunista: “Marx, Engels y la condición humana. Una visión desde Cuba”; el intelectual Néstor Kohan escribió, sobre la base de criterios – que compartimos – desde una visión nuestroamericana y con clara comprensión de la altura ética, política e intelectual de Hart; y de los anhelos históricos de la juventud, que son también los de hoy, de alcanzar un mundo mejor, que es posible y necesario para frenar el avasallante orden capitalista: “Es el libro de un joven por la frescura y la amplitud de sus ideas, por la pasión y el entusiasmo con que aborda los problemas, por la ausencia de reverencias que pone en práctica frente a “las autoridades” otrora tradicionales de la teoría y frente a los dogmas cristalizados que obstaculizaron el sueño revolucionario de las generaciones precedentes”.
Por eso es legítimo hijo de Ariel, porque incomoda los cánones trillados y los lugares comunes que tanto han retrasado al pensamiento de la rebelión, a la teoría de la revolución, a la práctica política de la transformación radical y al proyecto socialista en América Latina y en el mundo. Por eso pertenece a esa pléyade de pensadores transgresores del dogmatismo y la contemplación vacía e infértil, a esa corriente que siempre se ha opuesto al imperialismo, como nos recuerda Kohan: “…no solo en el terreno económico –denunciando la explotación del hombre por el hombre y el saqueo de nuestro continente- sino también en el ámbito de la cultura –criticando la enajenación que subordina los valores éticos y espirituales al mercado”. El nombre de Hart, su pensamiento vital, da continuidad al de Mella, Villena, Ponce, Mariátegui, Roa, Vasconcelos, Sandino, el Che y Fidel; y se eleva firme a lo más alto de la condición humana. Su visión tiene su iris en Cuba, en la cultura de hacer política aprendida de José Martí y Fidel Castro, en lo mejor de la tradición bolivariana y en las tesis humanísticas que lo formaron y consagraron como el gran pensador y teórico de la revolución que es.
Marxista original, su lucha tiene cuatro dimensiones porque su batalla es jurídica. Logra una sinergia armoniosa entre la teoría y la práctica revolucionarias; la cuestión moral es el origen, la revolución social, y el papel de la cultura es destino creador de una cosmovisión filosófica capaz de plantearse los mayores problemas y encontrar las soluciones más sencillas; porque va a la raíz, porque vuelve, en constante renovación crítica, al proyecto original; porque tiene cultura de hacer política. Es este un concepto del que no sólo ha hablado y teorizado, sino que ha practicado y movido por resortes extraordinarios. Hay en Hart una suerte de misterio que estimula el ejercicio del pensar, pero desde un espíritu muy joven, con una mente abierta vital en tiempos donde las mentes son colonizadas y sometidas a imperios carceleros de la creatividad, originalidad, autenticidad; prisiones de la razón y el sentido común en la transformación revolucionaria. El misterio que en sí misma es Cuba, con sus matices diversos y complejidades propias de su historia y la realidad que la acompaña; que la hace resistir como piedra en el zapato capitalista, que sirve de luz orientadora o llama eterna de la martiana revolución, a nuestros pueblos de América.
El misterio de Hart, a mi modesto juicio, radica en que desde muy temprano supo descifrar el misterio Cuba, apropiarse de esa rica tradición humanista y ética del pensamiento cubano; asimilar críticamente, como elección que aprende de Martí, la cultura universal; sin olvidar, porque lo defiende y preserva, que el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Su honda es la de David; no teme al pensamiento, no milita en el bando de los cansados, sietemesinos, adolescentes de valor; es un hombre a imitar, hay que conocerlo profundamente y, sobre todo, leerlo. A Hart se accede muy fácil, es de esos hombres que, aún tengan una condición social, como la ha tenido en todos estos años de construcción socialista, de gobernante; y con orgullo patrio y honor lo digo, porque además lo distingue la dignidad del gobernante, la ética y el decoro con que debe siempre actuar; no es Hart una quimera para los gobernados, no es inalcanzable, es un amigo. Muchas veces se ha visto esa distancia entre gobernantes y gobernados, la historia universal nos lo muestra. Pero en Hart, que es destacar lo más noble y puro de la Revolución, con el ejemplo de Fidel, no se ve.
Permítanme entonces traer a este homenaje las palabras de un padre martiano: Cintio Vitier, sobre este legítimo hijo de la patria; precisamente hablándonos de esa distancia aludida: “En Armando Hart esa distancia no sólo se atenúa al máximo, sino que, por obra y gracia de su humanidad misma, cambia de signo, se convierte nada más, y nada menos, que en una diferencia de función dentro del ámbito social. Y todo lo que dentro de este ámbito se contenta y nos contenta con llenar una función necesaria, no importa cuán insigne o humilde sea, pertenece a la más noble categoría que puede definir al ser humano: su vocación de servicio. He aquí la palabra clave que nos dibuja la presencia espiritual de Armando Hart, y cuando decimos espiritual no queremos decir, en este caso, inmaterial, pues muy pocos hombres hemos conocido tan atravesados físicamente por su propio rayo de luz interior, luz que incesante y ansiosamente se proyecta hacia lo que pudiéramos llamar el horizonte de los problemas. De ese horizonte le viene a Hart su mayor inspiración intelectual y política, su más lúcido entusiasmo, y es así como se manifiesta en él la fusión de gobierno y servicio, de poder y servicio…”. Hart sirve a los demás, esa es su vocación, de ahí su condición de hombre bueno, con la sensibilidad necesaria para sanar heridas y la autoridad indiscutible para pedir, en nombre de la patria, cualquier sacrificio. Pocos hombres en la historia han crecido tanto. La idea del bien se manifiesta en Hart de forma práctica y constante; es un defensor de la humanidad.
(Cubadebate)