Por: J. Hawk , Daniel Deiss, Edwin Watson
La crisis actual en torno a Catar es el conflicto más severo entre los estados árabes del Golfo desde el final de la Guerra Fría. Aunque estos miembros autocráticos de la OPEP, ricos en petróleo, han sido históricamente en su mayoría aliados de conveniencia, unidos por por temores comunes, su desconfianza mutua nunca ha llegado al punto de exigir lo que equivale a una rendición completa de uno de sus miembros. Varias características interesantes de esta crisis saltan inmediatamente la vista.
En primer lugar, la ruptura repentina y sin previo aviso de las relaciones diplomáticas entre Arabia Saudí y otras importantes potencias regionales, como es el caso de Egipto, por un lado, y Catar, por otro, a quien se le ha prohibido, además, utilizar las rutas de transporte aéreo y terrestre que transcurren por sus territorios. No había ninguna disputa visible entre Catar y sus vecinos, ni ninguna decisión política provocativa en los últimos tiempos. Esto hace pensar que fue un movimiento premeditado y planeado por Arabia Saudí y sus socios.
Aunque el papel de EEUU en esta crisis sigue siendo ambiguo, es poco probable que Riad haya emprendido algo tan drástico sin contar con Washington, más aún teniendo en cuenta que esta decisión se ha producido inmediatamente después de la visita de Trump al país saudita. Si bien el inquilino de la Casa Blanca permaneció silencioso al principio, finalmente manifestó en Twitter su apoyo a Arabia Saudí, a pesar de que EEUU mantiene una importante presencia militar en Catar.
La naturaleza de las acusaciones formuladas contra Catar es simple y llanamente extrema. Los jefes de gobierno de EEUU y Arabia Saudí han acusado a Catar del peor de los delitos, a saber, apoyar al extremismo islámico violento. Trump ha llegado a decir que el cambio de política de Catar sería un paso importante para resolver el problema del terrorismo.
La naturaleza de la crisis sugiere que había tensiones latentes desde hacía tiempo y que ahora han salido abruptamente a la superficie. El enfrentamiento entre saudíes y cataríes y la composición del bando pro-saudí dan a entender la existencia de varios elementos en juego.
La caída de los precios del petróleo en los últimos años no es el menos trivial de ellos. Las costosas guerras de Arabia Saudí en Siria y Yemen no hacen más que empeorar la situación. Puesto que la principal actividad económica de Catar se basa en el gas natural, cuya producción está fuera del alcance de la OPEP, es posible que Arabia Saudí quiera forzar a Catar, cuyo PIB per capita es el más alto del mundo, a compartir parte de su riqueza con la monarquía saudita.
Esta drástica medida probablemente no habría sido necesaria si las ambiciones saudíes y cataríes en Siria se hubieran satisfecho. Después de todo, el objetivo era la construcción de oleoductos a través del territorio sirio y la captura de sus yacimientos de petróleo a través del ISIS, todo ello con la aprobación tácita de la administración Obama. Aunque el resultado de la guerra en Siria es todavía incierto, está claro que los esfuerzos de Arabia Saudí y Catar por expandir su riqueza a expensas de Siria han fracasado.
Los saudíes están también tratando de afianzar su dominio político en la región, como parte del concepto de una “OTAN suní”. La política exterior independiente de Doha, que a menudo ha ignorado o incluso contradicho los intereses saudíes en Siria y Libia, ha sido un obstáculo para alcanzar ese objetivo. Por otra parte, la política independiente de Catar también parece ser la razón por la que países como Egipto e Israel hayan apoyado los movimientos sauditas. Catar es supuestamente patrocinador de los Hermanos Musulmanes y de HAMAS, que son importantes enemigos de los gobiernos de estos dos países, respectivamente.
La otra gran muestra de la autonomía de Catar ha sido su política con respecto a Irán, donde también ha estado en contradicción con el enfoque de la línea dura saudí. Dado que la “OTAN suní” apunta directamente a Irán, si Riad consiguiera imponerse a la independencia catarí, se afianzaría como la potencia política dominante en la Península Arábiga. La subordinación y humillación de Catar también serviría como una advertencia a largo plazo para cualquier otra potencia menor del Golfo que quisiera seguir una política exterior independiente de Arabia Saudí. La importancia de Irán en el conflicto entre Riad y Doha ha sido puesta de relieve por la decisión de Teherán de suministrar alimentos a Catar para superar el bloqueo saudí y por el ataque terrorista de Teherán, que ha sido atribuido a Arabia Saudí por las autoridades iraníes. Teherán, además, ha abierto su espacio aéreo a Qatar Airways y ha intensificado los esfuerzos no oficiales para atraer a Doha a su propia esfera de influencia.
Con todo esto en mente, la reciente visita de Trump a Arabia Saudí, que culminó con una extraña y rutilante ceremonia, adquiere un nuevo significado. Aunque no sabemos todavía cuánto margen de maniobra está dando Washington a Riad en sus relaciones con Doha y cuánta coordinación y comunicación hay entre las dos potencias, la conducta de Trump mientras estuvo en Arabia Saudí tenía probablemente la pretensión de mostrar que la monarquía saudita tiene la plena confianza de EEUU, aunque, evidentemente, Catar no ha prestado atención a ese mensaje.
Si la acción saudita diera como resultado que Catar retira su apoyo a los Hermanos Musulmanes y HAMAS, esto sería de ayuda para que EEUU restablezca parte de su hegemonía en la región. Además, la neutralización de Catar podría traer a las guerras de Siria y Libia más cerca de su fin, al eliminar a un actor importante que tiene un objetivo propio. Por último, pero no por ello menos importante, Catar también goza de mejores relaciones con Rusia y Turquía que Arabia Saudí, lo cual, sin duda, plantea temores adicionales en Washington en el sentido de que Rusia pueda disputar a EEUU la hegemonía en Oriente Medio. La emergencia de un eje Rusia-Irán-Turquía-Catar, como resultado de la diplomacia rusa y de las propias ambiciones regionales de Ankara, es un escenario de pesadilla tanto para Riad como para Washington.
Todavía no está claro si la administración Trump ha obligado a Arabia Saudí a emprender este curso o si Trump no tuvo más remedio que respaldar y aceptar la línea de acción saudita, con algunas adaptaciones para respetar los intereses estadounidenses antes mencionados. Por un lado, Trump podría haber utilizado fácilmente el mismo argumento que ha empleado contra los cataríes sobre su “apoyo al terrorismo” en contra de los saudíes. Por otro lado, el poder del lobby saudita en Washington y la inexistencia de un poder delegado capaz de hacer con Arabia Saudí lo que Riad está haciendo con Catar significa que los saudíes no están simplemente siguiendo órdenes de Washington.
Sin embargo, a la luz de la próxima visita de Trump a Polonia y de la participación en la denominada cumbre de la Iniciativa de los Tres Mares, hay que contemplar también la posibilidad de que EEUU haya visto en Catar a un competidor no deseado en el mercado del gas natural líquido. Es cada vez más evidente que EEUU va a seguir expandiendo su papel como exportador de hidrocarburos en el futuro, lo cual, lógicamente, supondrá algún conflicto no solo con Rusia, sino también con Catar e, incluso, con Arabia Saudí. Y también es cada vez más evidente que al menos parte de esa expansión tendrá lugar en Europa, es decir, en el mercado al que Catar esperaba acceder mediante su apoyo a los yihadistas en Siria y la consiguiente apertura de un camino para sus gasoductos hasta Europa.
El desencuentro entre EEUU y Catar parece haber tenido un serio impacto en los gobernantes de Doha que, temiendo que cualquier demostración de debilidad pueda conducir a su derrocamiento e incluso la muerte, han decidido mantenerse firmes y empezar a buscar apoyos.
Ese proceso, a su vez, ha mostrado tanto la extensión del sentimiento antisaudita en la región como los límites de la influencia estadounidense. El presidente de Turquía Erdogan salió briosamente en apoyo de Catar y llegó a reafirmar la alianza militar turco-catarí y el envío de tropas al país del Golfo. También Pakistán decidió enviar una fuerza militar a Catar. En su conjunto, estas acciones probablemente disuadirán cualquier aventura militar saudí, que posiblemente contaría con la cooperación de facciones descontentas del ejército catarí. En estos momentos, sería necesaria una intervención militar de EEUU para acabar con el gobierno de Doha, pero Washington prefiere claramente hacer el trabajo sucio a través de agentes interpuestos. Además, no hay indicios de que exista intención alguna de prohibir o bloquear el tráfico de buques de carga de gas natural líquido de Catar. A pesar de que Egipto se ha unido a la coalición anticatarí, no ha bloqueado los buques que transportan gas catarí a través del Canal de Suez.
Aún así, los dirigentes de Catar estaban bastante preocupados y enviaron a Moscú a su ministro de asuntos exteriores para realizar consultas. No obstante, considerando que Arabia Saudí respondió al apoyo turco a Catar expresando su propio apoyo a la causa kurda, hasta el momento solo verbal, parece que Rusia, Turquía y muchos otros países de la región no quieren ver a Catar de rodillas.
Portavoces de las fuerzas armadas rusas han indicado que, mientras que la guerra en Siria ha disminuido sustancialmente en intensidad, los militantes apoyados por Catar y Arabia Saudí se encuentran ahora en una situación muy confusa, donde no está claro quién se supone que son sus enemigos: las fuerzas sirias u otros grupos rebeldes. Independientemente de cómo evolucione la situación, es muy poco probable que Catar decida colaborar con los planes de Arabia Saudí. Lo más probable es que Doha se aleje gradualmente de las políticas sauditas y refuerce sus lazos con Turquía y, por lo tanto, indirectamente con Rusia e Irán.
Como nota final, hay que reflexionar sobre el hecho de que este es un enfrentamiento grave y potencialmente muy peligroso entre dos importantes aliados de EEUU. Considerando que tanto Catar como Arabia Saudí son miembros del “mundo libre” (sic), del que EEUU es el líder indiscutido, el hecho de que unos pocos desacuerdos políticos entre ellos no puedan ser abordados más que mediante bloqueos y amenazas de guerra no habla muy bien de la capacidad de Washington para seguir manteniendo su imperio.
Aunque el conflicto entre Arabia Saudí y Catar no tiene precedentes en cuanto a su intensidad, está lejos de ser el único conflicto interno del “mundo libre” que EEUU parece incapaz de contener. Hemos visto el Brexit, la inminente “UE de dos velocidades”, los rifirrafes entre Turquía y la UE y Turquía y la OTAN, los fracasos del TTIP y el TPP y otros signos de la debilidad de EEUU.
El uso de Arabia Saudí contra Catar sugiere que Washington podría estar moviéndose hacia un modelo diferente de control imperial, a saber, uno basado en el “divide y vencerás” entre sus propios estados clientes. A corto plazo, esto podría dar buenos resultados. Sin embargo, la conciencia de ser estados clientes de EEUU les está llevando a algunos a buscar la ayuda de Moscú, lo cual, a su vez, da pie al desarrollo de narrativas sobre la “injerencia rusa”, incluso en el caso de la crisis catarí.