Por David Brooks, Corresponsal/ Periódico La Jornada
El presidente Donald Trump y los republicanos lograron una autoderrota espectacular con el colapso de su contrarreforma de salud este martes, algo que, junto con el affaire ruso de la familia Trump, está dejando en Washington un clima de incertidumbre, si no es que de caos.
Cuando el llamado maestro de la táctica Mitch McConnell, líder de la mayoría republicana en el Senado, fracasó en su primer intento por aprobar un proyecto de ley dedicado a desmantelar la reforma de salud, que fue el logro mayor de la presidencia de Barack Obama –por tanto, objetivo central del Partido Republicano desde hace siete años y una de las promesas centrales de la campaña electoral de Trump–, prometió impulsar una versión modificada para obtener los votos necesarios de sus filas. Trump redobló la presión a senadores republicanos renuentes, insistiendo en que estaría muy enojado si no se lograba impulsar la medida.
A finales de la semana pasada McConnell indicó que mantendría en sesión a la cámara alta más allá de su receso de agosto, pero casi de inmediato quedó claro que la nueva versión tampoco prosperaría. En las pasadas 24 horas hubo intensas maniobras para rescatar la iniciativa y McConnell, en un último intento desesperado por salvar algo (y trasladar la culpa de la derrota a otros), propuso promover ya sólo un voto para anular el Obamacare sin ofrecer una alternativa. Eso también fracasó.
No se logró consenso
Los republicanos cuentan con una mayoría –52 por 48 demócratas– y para aprobar un proyecto de ley necesitaban una mayoría simple (cuando hay empate, el vicepresidente, en su calidad de líder del Senado, vota). Por tanto, McConnell no podía perder el apoyo de más de dos colegas suyos. Pero después de disputas entre los llamados moderados y ultraconservadores, no se logró consenso.
A la vez, la intensa oposición de activistas a escala local a la contrarreforma, que incluyó escenas dramáticas de legisladores pidiendo auxilio a la policía ante la ira de sus bases en asambleas públicas, acciones de protesta y desobediencia civil, así como el arresto de decenas en sus oficinas locales, como en el Capitolio –incluyendo incidentes de la policía del Congreso reprimiendo a descapacitados, echando de una silla de ruedas a una mujer de edad mayor al piso–, asustaron a los legisladores.
Más aún: en todas las encuestas la opinión pública se oponía por marcada mayoría a las propuestas de salud de los republicanos, también rechazadas por asociaciones médicas y de hospitales del país. O sea, los representantes del pueblo estaban bajo sitio.
Esta derrota demostró que, a pesar de que los republicanos controlan el gobierno federal (la cámara baja, el Senado, la Casa Blanca), sus divisiones internas, la oposición pública a su agenda y lo que muchos dentro del partido señalan como la incompetencia de este presidente, quien goza los niveles más bajos de aprobación en la historia moderna del país, son obstáculos que generan autogoles en su juego.
Al enterarse ayer de la derrota para anular el Obamacare, Trump se distanció de inmediato del desastre político, rehusó aceptar cualquier responsabilidad y declaró en un tuit que, “como siempre he dicho, dejen que el Obamacare fracase” para de ahí comenzar una reforma.
Esta derrota –por ahora– complica la próxima tarea prioritaria e inmediata del gobierno: la aprobación del presupuesto federal. Hoy, republicanos de la cámara baja presentaron la propuesta inicial, la cual incluye recortes de billones de dólares a los programas de asistencia social, mientras ofrece un enorme incremento al gasto militar. Por supuesto también contempla la gran promesa de Trump y sus aliados: una reducción drástica de impuestos a los ricos.
Casi de inmediato la propuesta fue criticada por republicanos moderados, alegando que era demasiada severa contra los pobres, mientras los ultraconservadores deseaban más recortes a los programas sociales. Todo indica que este proyecto de ley tiene un futuro muy inseguro.
A la vez, el escándalo permanente alrededor de Trump y sus socios continuó ayer con la revelación de que otra persona más estaba en la famosa reunión entre el hijo de Trump y una abogada rusa en junio del año pasado, en la cual el equipo del candidato esperaba la entrega de información dañina contra su contrincante, Hillary Clinton. Además del hijo, la abogada, un traductor, el yerno de Trump –Jared Kushner– y su entonces jefe de campaña Paul Manafort, se reveló hace días que estaba un ex agente de contrainteligencia rusa. Hoy, que también estaba Ike Kaveladze, representante estadunidense de la familia Agalarov, empresarios rusos que conocieron a Trump y su familia cuando fueron anfitriones del concurso de Miss Universo en Moscú, en ese entonces propiedad de Trump.
A pesar de todos esos reveses y escándalos, Trump insistió en que su estancia en la Casa Blanca es un éxito sin precedente. Indicó que en el primer semestre “hemos promulgado más legislación… que cualquier presidente jamás”. Como casi siempre, no importaba que no fuera cierto. Ha firmado poco menos proyectos de ley que sus seis antecesores, y la mitad de los que ha promulgado son menores, reportaron medios.
Buscaba cambiar la agenda
De hecho, Trump estaba buscando otra vez cambiar de canal al dedicar la semana al tema de Hecho en América, donde el mismo hombre cuya marca de corbatas, camisas y lentes, entre otros artículos, son fabricadas en maquiladoras en el extranjero, al igual que la línea de ropa y otros artículos de su hija y asesora presidencial Ivanka, encabeza actos celebrando la manufactura doméstica. De nuevo argumentó, como hizo durante su campaña electoral, que fabricar productos en este país es un acto de patriotismo. Ese mensaje nacionalista fue clave en su campaña, en la cual también supuestamente conminó a empresas a suspender sus traslados de producción industrial a países como México y China.
Mientras tanto, Walter Shaub, el director saliente de la Oficina de Estados Unidos sobre Ética Gubernamental, agencia federal de supervisión de normas éticas, deploró la conducta de Trump. Al mantener sus negocios y promoverlos efectivamente en sus frecuentes visitas a sus propiedades, nuestro líder crea la apariencia de lucrar con la presidencia. Como están las cosas, no podemos saber si lo que motiva las decisiones del presidente son objetivos de política o intereses financieros personales, escribió en un artículo publicado hoy en el New York Times.
Shaub acusó que las acciones del presidente y su equipo han creado una crisis histórica de ética y que es difícil que Estados Unidos promueva iniciativas anticorrupción y sobre ética cuando no estamos manteniendo limpio nuestro lado de esa calle. Afecta a nuestra credibilidad, advirtió en entrevista con el Washington Post. Estamos bastante cerca de ser el hazmerreír en el mundo.