Los asaltos a los cuarteles Moncada, de Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, el 26 de julio de 1953 cambiaron la historia de Cuba hasta ese momento determinada por lo más reaccionario del sistema neocolonial, encabezado por el general Fulgencio Batista, quien con la luz verde de Washington acabó con el llamado periodo constitucional en la madrugada del 10 de marzo de 1952 al hacerse con el poder mediante un golpe de Estado.
Para inicios de 1952 un corrupto y represivo gobierno provocaba un rechazo popular que auguraba el triunfo en las cercanas elecciones por las fuerzas progresistas del Partido Ortodoxo y aunque Batista era un general sin batallas, sí sabía cumplir con los intereses del imperialismo yanqui que promovió en la región el anticomunismo de la guerra fría, que profesaban las dictaduras militares de sus iguales.
Desde la propia planificación del 10 de marzo, el abogado de 25 años de edad Fidel Castro se enfrentó a ese crimen cuando conoció indicios del golpe y se lo informó a la dirección del Partido Ortodoxo que desestimó su alerta, lo cual solo le sirvió para concebir una estrategia de lucha armada.
Hasta en los sectores revolucionarios y gente honesta prevalecían credos paralizantes al afirmarse como tesis justificada en las frustraciones pasadas, que una revolución no se podía hacer contra el ejército y fue precisamente esa infame profecía, la que se dispuso desafiar el joven líder Fidel en su acción y estrategia al organizar los ataques a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.
El reclutamiento de los futuros atacantes se realizó principalmente entre jóvenes humildes de origen obrero, campesinos, empleados, estudiantes, bajo una concepción unitaria y medidas clandestinas y de compartimentación, a un nivel tal que para el nuevo movimiento se llegó a contar con alrededor de un millar de combatientes, sin embargo los servicios secretos de la dictadura nunca penetraron esas actividades.
La estrategia de construir desde la base un movimiento de nuevo tipo basado en un amplio trabajo de proselitismo y de prédica que realizaba personalmente el joven abogado, le permitía estudiar a cada uno de los combatientes que voluntariamente se ofrecían, lo cual fue explicado por él mismo en el libro Cien horas con Fidel, de Ignacio Ramonet.
(…) Si no cuentas con la clase obrera, los campesinos, el pueblo humilde, en un país terriblemente explotado y sufrido, todo carecería de sentido. No había una conciencia de clase; había, sin embargo, lo que a veces yo calificaba como un instinto de clase, excepto en aquellos que eran miembros del Partido Socialista Popular (…) Pero en 1952 ese partido estaba aislado políticamente, en plena época de macartismo y bajo la influencia de una feroz campaña imperialista, con todos los medios a su alcance, contra cualquier cosa que oliera a comunismo. La incultura política era enorme”.
Bajo esos principios organizativos se recolectaron las armas, las municiones y los uniformes del ejército que utilizarían los atacantes para incrementar la sorpresa, recursos que fueron sufragados por los mismos revolucionarios aportando sus modestos sueldos o la venta de bienes personales.
Antes de partir al combate en la Granjita Siboney, en las afueras de Santiago de Cuba, Fidel en breves palabras sintetizó la esencia del movimiento revolucionario que había formado y su decisión de lucha.
"Compañeros: Podrán vencer dentro de unas horas o ser vencidos; pero de todas maneras, ¡óiganlo bien, compañeros!, de todas maneras el movimiento triunfará. Si vencemos mañana, se hará más pronto lo que aspiró Martí. Si ocurriera lo contrario, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba, a tomar la bandera y seguir adelante. (…)
Tras el fracaso militar de los ataques siguió una salvaje represión, especialmente contra los asaltantes, bajo la orden del dictador de asesinar a 10 revolucionarios por cada soldado muerto en combate, cuota sanguinaria cumplida con alevosía por la soldadesca que ultimó a 55 revolucionarios y a dos personas ajenas a los acontecimientos.
Los crímenes no acobardaron a Fidel, quien en su autodefensa ante el tribunal que lo juzgó, denunció los asesinatos, expuso los males del régimen imperante y anunció su programa que se cumpliría con el triunfo del Primero de Enero de 1959, conocido como La Historia Me Absolverá.
El terrible revés no derrotó la estrategia revolucionaria y el pueblo reconoció a un indiscutible líder, quien desde aquel lejano 26 de julio de 1953, nos acompaña con su ejemplo y doctrinas victoriosas y hoy, en este primer 26 sin su presencia física, sus enseñanzas son el legado más sagrado de la Revolución cubana.
(Por Jorge Wejebe Cobo, ACN)