Por Martha Gómez
Hacia las 12:30 del mediodía del domingo 29 de abril de 1956, un grupo de 55 valientes jóvenes dirigidos por el revolucionario Reynold García intentaron tomar el cuartel 'Domingo Goicuría', sede del regimiento cuatro del ejército del tirano Fulgencio Batista, en la occidental provincia cubana de Matanzas.
El objetivo era pertrecharse de armamento y entregarlo al pueblo, en fomento de la lucha armada, la vía señalada como camino hacia la libertad por los integrantes de la Generación del Centenario, en 1953.
No lo consiguieron, porque por una falla intempestiva a la hora del ingreso a la fortaleza, dirigida por el coronel Pilar García, desalmado cuyo nombre de pila era un grotesco contrasentido, provocó la reacción inmediata de su guarnición.
Pilar García ordenó que no hubiera ni prisioneros ni sobrevivientes. Y la metralla primera y luego la persecución de los que inicialmente pudieron escapar, cobró la vida de 15 combatientes, en su mayoría jóvenes y hombres en la flor de la vida. No por gusto, por sus crímenes y el desparpajo con que se jactaba de ellos, el pueblo apodaba al coronel “La hiena”.
Antes de entrar los cinco camiones y la camioneta que formaban la temeraria expedición, comenzó el fuego y los de la delantera fueron acribillados. Dicen que el corajudo Reynold fue el primero en caer, pues venía en el vehículo de vanguardia.
No consiguieron el objetivo principal pero la acción heroica, pensada y preparada por el incansable Reynold durante meses, de la mejor manera posible, conmocionó a la opinión pública nacional.
Habló claro y fuerte sobre la decisión de la juventud cubana de luchar y morir, si era necesario, de manera decidida contra la dictadura que sumía al pueblo en el dolor y las injusticias, bajo la asesoría y mandos del imperio.
Otro de los propósitos de los asaltantes habría sido impedir la puesta en marcha del Diálogo Cívico, concebido con fines electoreros para subsanar con curas de mercuro cromo el drama que se vivía en la Isla.
Reynold Tomás García García, de origen humilde, nació en Matanzas el 29 de diciembre de 1921. Se afilió a las filas del Partido Auténtico, y siempre fue partidario de acciones contundentes para acelerar el derribo de Batista.
Por eso concibió esa acción como una suerte de llamado de atención a la conciencia patriótica y de motor que desatara e impulsara la insurrección popular. Desde fines de 1955 fue ganando para la causa, junto al revolucionario Mario Vázquez, a un grupo de compañeros con sus mismos ideales.
Reynold tenía el don de dirigir y saber convencer, con su ejemplo y su palabra, y llegó a ser el jefe que todos seguían de buen grado al frente de la coordinación de la audaz acción que se iba a realizar a fines de febrero de 1956 primero, pero fue pospuesta hasta que se consiguieran más armas, más combatientes y se dispusiera de planos y croquis de la plaza a conquistar.
Cuentan que el entrenamiento de los intrépidos acompañantes de Reynold, con prácticas en la manipulación de las armas y otras estrategias, se hicieron bajo su asesoría y en su propia casa.
Aunque tuvieron conciencia de que el armamento y municiones reunidos no sería suficiente, y de que entre estos había algunos defectuosos, contaban con el factor sorpresa, que creyeron a su favor, para alcanzar sus objetivos y el hecho de que sería un día de asueto, con menos soldados en el edificio.
Partieron de la finca Tres Ceibas, cercana a la ciudad yumurina y distante a unos 100 kilómetros de La Habana.
En el tiroteo inicial solamente fueron muertos cinco jóvenes, entre ellos, el jefe. Pero luego los chacales de Pilar García lograron capturar a 10 más, a los cuales masacró, como había ordenado. Ordenó a un fotógrafo de la prensa a “retratarlo” sonriendo al lado del cadáver acribillado de Reynold.
Aunque duele hacer la retrospectiva de la hazaña revolucionaria, devenida inmolación por la Patria, la sangre derramada no fue en vano.
Como dijera José Antonio Echeverría poco antes de caer al año siguiente, ellos señalaron con su ejemplo el camino de la libertad.
El sanguinario sicario mandó a arrojar los cuerpos de los caídos en el 'Goicuría' en fosas comunes del cementerio local.
Tras la alborada del Primero de Enero, en 1959, fueron definitivamente identificados los 15 mártires, hace 60 años, y se les pudo rendir los honores correspondientes, en un Mausoleo levantado en su memoria.
Pero ellos no sólo viven en la memoria o en la quietud de un monumento merecido. Con acciones, su ciudad no los olvida y el pueblo de Cuba tampoco. Son de lo mejor y más entrañable de la historia nacional y protagonistas, junto a otros héroes y a cubanos y cubanas de hoy, de la única Revolución que la Isla conoce.(Tomado de la ACN)