Por Jorge Wejebe Cobo
Según versiones de la época, el 23 de diciembre de 1895 el general español Arsenio Martínez Campos comentó la idea de pegarse un tiro en la cabeza cuando comprendió que había sido vencido nuevamente en el combate del poblado matancero de Coliseo, a solo 130 kilómetros al este de la Habana, por las tropas invasoras de Máximo Gómez y Antonio Maceo, a las que intentó parar infructuosamente desde que salieron de Oriente en octubre de ese propio año.
Y aunque no llevó a efecto tal pensamiento, sabía que su derrota era definitiva en cuestión de días al no poder sofocar la insurrección e impedir la llegada de la invasión mambisa hasta el occidente de la Isla, donde estaba la mayor riqueza económica asociada a los ingenios azucareros, como era su propósito desde que llegó a Cuba al frente de miles de soldados poco después del inicio de la Guerra de 1895, el 24 de febrero.
Meses antes, para el alto mando colonialista resultaba imposible que los cubanos mantuvieran la guerra en el oriente y enviaran una invasión, porque las fuerzas españolas contaban con más de 200 mil soldados regulares y otros miles de voluntarios y traidores, apoyados por artillería, caballería y fuerzas navales.
Además, el teatro de operaciones le era favorable a España, ya que para entonces la colonia poseía una línea de ferrocarril y servicios telegráficos de uso militar; mientras que los insurrectos estaban obligados a avanzar, sin casi logística por un ínsula estrecha con llanuras en el centro y el occidente del país cubierto de pueblos fortificados, defensas y trochas.
No obstante, los mambises se impusieron a las predicciones y el 23 de diciembre atacaron el poblado de Coliseo débilmente defendido y lo quemaron, junto con la estación ferroviaria.
Posteriormente, Maceo y Gómez presentaron combate a las formaciones al mando de Martínez Campos que se establecieron en los cañaverales de un cercano ingenio azucarero, en un intercambio que solo duró 10 minutos, como afirmó el general José Miró Argenter, jefe del Estado Mayor de la Columna Invasora.
El general hispano y sus jefes subordinados, a pesar de la superioridad en hombres, armas y recursos sobre los aproximados dos mil mambises, no realizaron ninguna acción ofensiva en Coliseo contra las fuerzas insurrectas.
Lo peor estaba por venir para el entorchado militar encumbrado en la fama por haber sido el responsable del Pacto del Zanjón, que culminó la Guerra de los 10 Años en Cuba, sin que los patriotas obtuvieran la independencia.
De Coliseo, el contingente invasor avanzó hacia la región de Sumidero, lugar donde realizó el llamado Lazo de la Invasión, una supuesta huída hacia la zona oriental, y Martínez Campos consideró bajo esas circunstancias que tenía la victoria al alcance de la mano y subió a sus tropas a los trenes con el fin de adelantarse también en la dirección tomada por los insurrectos para emboscarlos y destruirlos al creer que se habían replegado en desbandada.
Esta genial estrategia fue concebida en el mayor secreto entre Gómez y Maceo, quienes al tener a las fuerzas enemigas cerca retomaron el avance hacia el occidente y dejaron detrás a las burladas tropas españolas, al tiempo que les destruyeron las vías férreas y ya nada pudo evitar que el primero de enero de 1896 entraran en la provincia habanera.
El hecho de armas en Coliseo no tuvo grandes proporciones militares, pero sí fue una victoria estratégica y política determinante para la extensión de la guerra hasta el pueblo de Mantua, en los confines de Pinar del Río, por el Lugarteniente General el 22 de enero.
Mientras que el general Martínez Campos derrotado y humillado fue despedido por las nuevas autoridades militares durante una discreta ceremonia en los muelles de la ciudad, donde tomó el vapor que lo regresó a España, en circunstancias muy diferentes a la pompa y el jolgorio cuando años atrás volvió como vencedor a la Península con el título del Pacificador vencedor de la Guerra de 1868. (Tomado de la ACN)