Cuando el oficial Derek Chauvin clavó hace diez días su rodilla durante ocho minutos y 46 segundos en el cuello de George Floyd dejó sin aire y sin vida el cuerpo de un hombre negro de 46 años, otro más de una incontable lista de fallecidos en operaciones de desmedida brutalidad policial en Estados Unidos impregnadas de racismo.
Lo que ese hombre uniformado de azul ahora acusado de asesinato en segundo grado hizo también, a su pesar, fue reforzar un símbolo. Y este jueves en Mineápolis, durante el memorial organizado en homenaje a Floyd en la North Central University, se ha asentado ya definitivamente en el imaginario de la lucha por la justicia racial en Estados Unidos, una lucha que ha entrado en una nueva era.
Ya el jugador de la NFL Colin Kaepernick hizo emblemático el gesto al clavar su rodilla en el suelo cuando sonaba el himno nacional para demandar la igualdad. A él le llovieron críticas, boicots, ataques, insultos del presidente Donald Trump... Pero la muerte de Floyd, grabada en directo, vista con horror por todo el mundo, ha sido mecha para un incendio de rabia y hartazgo y activismo que sacude al país. Y ya no es solo un hombre, sino cientos de miles de personas. Y silenciarlos es ya imposible.
La apasionada elegía de Sharpton
Es lo que ha recordado el reverendo Al Sharpton en una elegía apasionada, combativa, emocional y emocionante, decidida y aplaudida.“ La razón por la que nunca pudimos ser quienes queríamos y soñábamos es que mantuvisteis vuestra rodilla en nuestro cuello”, ha dicho. “Éramos más listos que las escuelas infrafinanciadas en las que nos poníais pero teníais vuestras rodillas en nuestro cuello.
Podíamos dirigir empresas y no trapichear en la calle pero teníais vuestras rodillas en nuestro cuello. Teníamos talentos creativos, podíamos hacer lo que cualquier otro, pero no podíamos quitar vuestras rodillas en nuestro cuello. Lo que le pasó a Floyd”, ha continuado Sharpton, “pasa cada día en este país en educación y servicios de salud y en todas las áreas de la vida estadounidense. Es momento para nosotros de alzarnos en nombre de George y decir: ¡quitad vuestra rodilla de nuestros cuellos!”.
Sus palabras se recibían con entusiastas aplausos en el exterior de la universidad, donde cientos de personas de toda raza y edad, incluyendo muchos de los jóvenes que han dominado las manifestaciones de estos días, seguían atentamente el servicio privado en el interior, al que asistían la familia y 900 invitados, incluyendo políticos y personalidades. Y llegaban los aplausos y los “amén” cuando Sharpton recordaba que la opresión tiene 401 años de historia. Y llegaba la afirmación cuando clamaba: “este es el momento. No vamos a parar. Vamos a seguir hasta que cambiemos todo el sistema de justicia”.
Sharpton emocionaba a Jam Reff, una septuagenaria que estuvo dentro del memorial. Elegantemente vestida de negro, con una flor roja en la chaqueta a juego con la mascarilla que recuerda la amenaza del coronavirus, antes de entrar al servicio recordaba que ella vivió los tiempos “en que no se nos permitía sentarnos juntos en el autobús”.
Recordaba el asesinato de Martin Luther King, las protestas entonces, y aseguraba: “no sé si algo va a ser diferente pero esto que estamos viviendo es profundo”. Al salir, su convicción estaba reforzada. “Es el momento de un cambio”, decía. “De dejar ir esa rodilla. De levantarse y ser libres”.
Esperanza
El reverendo ha hablado también de esperanza. La tiene por ver manifestaciones donde en algunos casos ha habido más jóvenes blancos que negros. La tiene por ver protestas en Alemania, o en Londres... Y está convencido de que es “un momento diferente”.
Con él coincidía Kari Heckt, una mujer de 50 años que este jueves colaboraba en un puesto de redistribución de materiales y alimentos donados junto a la universidad. Hablando de las protestas en Europa o en Nueva Zelanda, decía que “el mundo llora, y eso ayuda a despertar a gente aquí, a mostrar que no nos lo inventamos, a dar validación a nuestras voces”. Y también se mostraba optimista. “Tengo tres hijos de 19, 23 y 25 años, son activistas, y veo que están actuando y están trabajando. Y cuando ahora que mucha gente está despertando pregunta qué puede hacer, las estructuras para el cambio ya están ahí”. Ella veía este memorial, este día, como la representación de “la ruptura de las cadenas. Es el principio de un nuevo paso”.
"Pandemia de racismo y discriminación"
Han intervenido también en el memorial hermanos y otros familiares de Floyd que han ayudado a recordar la humanidad del hombre, su vida en un hogar humilde de recursos pero no pobre de otras cosas (“nunca tuvimos mucho pero nos teníamos los unos a los otros”, dijo uno de sus hermanos) y a ese “gigante tierno” de abrazos ahora añorados.
En su turno, Benjamin Crump, el abogado de la familia, ha dejado claro que la inclusión del dato en la autopsia de que Floyd pasó Covid-19 no tuvo que ver nada con su muerte. “A George Floyd”, ha dicho, “le mató otra pandemia con la que estamos demasiado familiarizados en Estados Unidos: la pandemia de racismo y discriminación”.
Conocen ese virus Richard y Rachel Rohling, un matrimonio birracial, con dos hijos y seis nietos y que, sentados lo más cerca que han podido del edificio del memorial, declaran su hastío. “Estamos cansados de preocuparnos, cansados de la inseguridad, cansados de la brutalidad policial”. Y lo conoce Mario Grant, un joven de 23 años, que ha acudido con su amiga Shanita y que sueña “un mundo en el que no tenga que temer por mi vida por el color de mi piel”.
Promesas y sueños
De sueños también ha estado regado el memorial. Son los que podrán tener algunos estudiantes, “jóvenes futuros líderes negros” para los que el presidente de la Universidad ha anunciado la creación de una beca George Floyd, instando a centros de todo el país a hacer lo mismo. Y son los que volverán el 28 de agosto al Mall de Washington, donde King dio su discurso más celebre y donde se ha anunciado que volverá una marcha en el 57 aniversario para, como ha dicho Sharpton,“restaurar y volver a comprometernos con ese sueño, para alzarnos”.
Ha habido, asimismo, promesas, entre ellas la de "seguir marchando", la de "seguir luchando”. Mientras, para Floyd, que tendrá otro homenaje en su Carolina del Norte natal y un funeral y entierro en Houston, donde creció, empieza otro camino. En la capilla, bajo un mural con su rostro como el que se ha pintado en el lugar donde murió, donde una rodilla uniformada le robó la vida, se ha escrito una frase. “Ahora ya puedo respirar”.
( EL PERIÓDICO - Idoya Noain - MINEÁPOLIS (ENVIADA ESPCIAL)