Por Nancy Morejón* |
Como muchos historiadores, colegas o no, nacionales y extranjeros, he atendido la vasta obra intelectual y social de Eusebio Leal Spengler desde sus inicios, 1967, cuando se convirtiera en el sucesor del inigualable Emilio Roig de Leuchsenring, director de la Oficina del Historiador de La Habana, a su muerte.
Eusebio, como cariñosamente lo llamara no solo el pueblo capitalino sino toda la Isla, representó un emblema de rigor, oficio y entrega sin precedentes.
El amigo de las plazas más antiguas se desplazaba para desenterrar monumentos en su suelo y encontrar, de paso, ánforas y objetos, los que, bajo su guía, fueron restaurados por jóvenes orfebres, quienes tuvieron el privilegio de poder cursar estudios sobre esa especialidad, desconocida entre nosotros.
Aunque será imposible relegar al olvido a tan carismática figura, favorita del imaginario popular, lo cierto es que su muerte, ocurrida este triste viernes, 31 de julio de 2020, nos ha dejado un dolor y un desgarramiento que no podemos ocultar.
La larga lista de premios, condecoraciones y reconocimientos suyos es como una montaña difícil de escalar.
Su proeza, en el último cuarto del siglo xx, al lograr que, al menos, cada ciudad cubana tuviese una Oficina para conservar la memoria local, consistió también en haber renovado e impulsado la historiografía nacional a través de una institución imprescindible a tales propósitos, como lo es la Academia de la Historia.
A través de su gestión y amparo, asimismo, la Academia Cubana de la Lengua perduró, viva y dinámica, hasta nuestros días, y no solo mediante el calor que le diera Dulce María Loynaz, sino mediante el ferviente Eusebio.
En la primavera de 2019 fue electo Miembro de Honor Internacional de la Academia de las Artes y las Ciencias de Estados Unidos, entre cuyos ilustres integrantes se encuentran, en el siglo xix, Charles Darwin y Ralph Waldo Emerson; en el xx Albert Einstein, Martin Luther King Jr. y Nelson Mandela.
Este viernes fueron numerosísimos los recuerdos convocados; muchas las imágenes que revelan el celo y la pasión con que Eusebio, el hijo de Silvia, ejerció el más noble de los oficios: el de educar, el de enseñar nuestra historia, el de fijar los acontecimientos que dieron la luz a una Patria que es hoy Humanidad, como quería José Martí.
Cómo olvidar la imagen del hidrante en cuyo arco principal unos compatriotas colgaron hermosas flores silvestres que mantenían un cartel que declaraba, en letras grandes: SIEMPRE LEAL… Es el mejor epitafio. (Tomado del periódico Granma)
* Poeta, ensayista, crítica literaria y teatral. Premio Nacional de Literatura 2001