Partidarios de Trump asaltan el Capitolio y detienen la ratificación de la victoria de Biden. RTVE
Por Alfredo García
El asalto al Capitolio por seguidores del presidente, Donald Trump, mutiló la democracia estadunidense. A partir de ahora, la política no será igual a la conocida antes de que la turba invadiera el Capitolio. Sin embargo se necesitará algún tiempo para conocer el daño ocasionado a las libertades civiles estadounidenses.
Lo que era políticamente impensable en la nación norteamericana, es hoy una realidad: la simiente del fascismo ha sido sembrada y en condiciones adecuadas germinará. La historia muestra que la tendencia al fascismo en Alemania e Italia, surgió durante una etapa previa de gobiernos chauvinistas y autoritarios, que sentó las bases culturales y políticas para un movimiento de masas violento y antidemocrático.
La década de los 70 del pasado siglo en América Latina y el Caribe, se caracterizó por la ola revolucionaria que barrió el continente, la pérdida de legitimidad de los poderes democráticos y el asalto al poder por las Fuerzas Armadas. Sin embargo las dictaduras latinoamericanas fracasaron, al tratar de convertir el fascismo en un movimiento de masas. Dos décadas después, los sectores populares reconquistaron el gobierno con mayor fuerza por vía democrática. El contraataque de la ultraderecha fascista no se hizo esperar, con el apoyo de las instituciones injerencistas de EEUU.
Sin embargo en esta ocasión, la estrategia del golpe de Estado estuvo encaminada a la toma del poder, desde el mismo Gobierno por vía constitucional. Así cayeron los gobiernos progresistas de Honduras, Paraguay, Brasil y Bolivia, mientras Venezuela lucha contra maniobras “constitucionales” de los partidos de derecha, para derrocar al gobierno bolivariano. No hay que descartar que la simbiosis entre el incipiente fascismo del Partido Republicano y el evolucionado totalitarismo de los partidos de derecha latinoamericanos, haya tentado a los formuladores de política republicanos, a ensayar la maniobra golpista constitucional en Estados Unidos.
Aunque la cabeza visible del naciente fascismo es el presidente Trump, no es secreto que sus líderes republicanos de mayor peso, los senadores, Mitch McConnell y Lindsey Graham, fueron los estrategas del laborioso trabajo en defensa de la autoritaria administración y el silencioso fortalecimiento del sector minoritario republicano para controlar el Gobierno, la planificada ubicación de jueces leales en los tribunales y la ampliación y consolidación de su base electoral hasta convertirla en un fenómeno de masas, agregando más de 10 millones de votos a favor de la reelección de Trump.
El ensayo de golpe “constitucional”, fue tan improvisado como chapucero. Sin embargo una encuesta de la revista, Newsweek, encontró que el 45% de los electores republicanos “apoyaron” el asalto contra el Capitolio y el 68% dijo que “no eran una amenaza para la democracia”. Trump se va, pero la semilla del fascismo queda. Intentar restaurar la civilidad y el bipartidismo por parte de Joe Biden no será suficiente, si no va acompañado de un movimiento antifascista en Estados Unidos.