Por Maritza Gutiérrez
Cuando el pasado 26 de noviembre la Organización Mundial de las Salud (OMS), siguiendo el consejo del Grupo Consultivo Técnico sobre la Evolución del Virus SARS-CoV-2- en inglés, clasificó la variante B.1.1.529 de este virus como variante preocupante, saltaron las alarmas por el mundo.
La OMS, decidió denominarla con la letra griega ómicron, y la decisión de considerar preocupante esta variante se basó en la evidencia presentada al Grupo Consultivo Técnico, que indica que presenta varias mutaciones que podrían afectar a las características del virus, por ejemplo, la facilidad para propagarse o la gravedad de los síntomas que causa. Sin embargo, todavía hay muchas preguntas sin respuesta al respecto y la OMS está coordinando a un gran número de investigadores de todo el mundo para conocer mejor la variante Ómicron.
No obstante, el contexto en el cual aparece Ómicron no es nada tranquilizador, pues justamente ha llegado en un momento en que Europa ha retornado a ocupar el lugar cimero como epicentro de la pandemia, con más del 60% de casos de Covid-19 y un aumento del número de fallecidos, una situación de presión insostenible para los sistemas de salud, según advirtió la OMS, y la causante es la variante Delta.
Paralelamente, crecieron las restricciones y cuarentenas para aquellos que hasta hoy se niegan a la vacunación. Los grupos negacionistas salieron a protestar provocando tensión en las calles de la vieja Europa e incluso manifestaciones nada pacíficas en varias ciudades de ese continente.
Muchos países han decidido cerrar fronteras para viajeros provenientes de países africanos, región donde se detectaron los primeros casos, una triste paradoja porque, precisamente, han sido esos países los que no han recibido las vacunas necesarias para inmunizar a sus poblaciones, incluso aquellos que como Bostwana pagaron por las vacunas un precio mayor que los países ricos, favorecidos por las transnacionales de medicamentos, que según sus propias estimaciones, serán los verdaderos ganadores en este aborrecible capítulo de la historia de la humanidad, que aún no concluye.
Mientras tanto, la OMS recomienda no entrar en pánico, continuar con las medidas de prevención de probada eficacia, realizar el seguimiento y estudios sobre Ómicron, sin olvidar que hoy Delta es la causa de la nueva ola en Europa, y un aspecto fundamental es reducir las desigualdades que afectan el acceso a las vacunas contra la COVID-19 para asegurarnos de que, en todos los países, se administra el esquema completo de las vacunas a todos los grupos vulnerables de la población, incluidos los trabajadores de la salud y las personas mayores, además de ofrecerles de forma equitativa las pruebas diagnósticas y los tratamientos que necesitan.
Para Cuba, que ha avanzado de manera sostenida en la vacunación con más del 82,6% de su población inmunizada con vacunas propias, las autoridades aseguran que están observando los reportes sobre Ómicron y ya se trabaja en el diseño de vacunas específicas, que se podrían lograr en poco tiempo, si fuera necesario.
Ante el nuevo escenario el país ha decidido reforzar las medidas de seguridad epidemiológica para el control de viajeros de las zonas afectadas, pero sin cerrar sus fronteras.
Lo importante es continuar con la estrategia de vacunación, incluida la dosis de refuerzo que se aplica desde el pasado noviembre y continuar cumpliendo las medidas higiénico-sanitarias de prevención y control de la covid-19.
Necesitamos respuestas globales, pero sin crear un apartheid de los viajes contra los países africanos, como ha denunciado Antonio Gutérres, secretario general de la ONU. El camino está en la colaboración y la solidaridad.