La inesperada muerte en combate de José Martí (1853-1895) ocurrió de cara al sol como dijo en sus versos. Foto: Prensa Latina
Por: Marta Denis Valle (Historiadora, periodista y colaboradora de Prensa Latina)
La Habana, 18 may (RHC) La inesperada muerte en combate de José Martí (1853-1895) ocurrió de cara al sol como dijo en sus versos, con el alma preparada para la eternidad, feliz de aquellas semanas en suelo cubano.
En 1871 afirmó convencido “Cuando se muere en brazos de la patria agradecida, la muerte se acaba, la prisión se rompe; ¡Empieza, al fin, con el morir, la vida!”
Deportado en España, Martí publicó en Madrid en 1872 su homenaje poético a “Mis hermanos muertos el 27 de noviembre”, con sus sentidos pensamientos.
Su llegada a la Patria, la anotó alegre en su Diario de campaña, como si fuera un poema:
La luna asoma, roja, bajo una nube. Arribamos a una playa de piedras, La Playita (al pie de Cajobabo). Me quedo en el bote el último vaciándolo. Salto. Dicha grande. Viramos el bote, y el garrafón de agua. Bebemos málaga. Arriba por piedras, espinas y cenegal. Oímos ruido, y preparamos, cerca de una talanquera. Ladeando un sitio, llegamos a una casa. Dormimos cerca, por el suelo.
Murió a la edad de 42 años, el 19 de mayo de 1895, en el combate de Dos Ríos, Oriente, a menos de dos meses de su regreso.
Era mediodía del 19 de mayo de 1895, en el campamento de la Vuelta Grande, cuando se reunieron el General en Jefe del Ejército libertador Máximo Gómez y Martí con el mayor general Bartolomé Masó, y a la una de la tarde, los tres hablaron a la tropa de más de 300 jinetes.
Dos horas después, dice Gómez en su Diario de campaña, nos batíamos a la desesperada a una legua del campamento, en Dos Ríos, con una columna.
Cuando ya íbamos a enfrentarnos con el enemigo, ordené a Martí que se quedara detrás; pero no quiso obedecer mi orden y no pudiendo yo hacer otra cosa, que marchar adelante para arrastrar a la gente, no pude ocuparme más de él.
El joven Ángel de la Guardia Bello que cabalgaba a su lado, narró que «… delante iba el general Gómez y Francisco Borrero, detrás en línea de cuatro en fondo formamos: mi hermano Dominador, el general Masó, Martí y yo…”
“ así marchamos al trote un poco más de media legua, pero al desviar una hondonada los caballos, el de Martí y el mío, nos separamos ambos de la formación del grueso de la fuerza en línea diagonal…al llegar como a unos 50 metros de distancia, presentamos, sin saberlo, un blanco magnífico, sorprendiéndonos los españoles con una descarga cerrada desde el maniguazo, que hizo blanco en el cuerpo de Martí, y mi caballo recibió tres impactos, cayendo moribundo sobre mí».
Un infinito dolor sintió el generalísimo pues le resultó imposible recoger el cadáver debido a la superioridad numérica y táctica de los españoles.
Martí recibió tres heridas: en la mandíbula, el pecho y el muslo. Conducido y enterrado inicialmente en Remanganaguas, fue identificado y llevado a Santiago de Cuba donde luego de ser expuesto, recibió entierro el 27 de mayo de 1895, en el cementerio de Santa Ifigenia (nicho número 134 en la galera sur).
Medio siglo después, en respuesta al reclamo popular de una tumba digna para Martí, fue aprobada una ley y convocado un concurso nacional al que se presentaron varios proyectos.
Desde el 30 de junio de 1951 sus restos cubiertos por la bandera cubana yacen en el mausoleo obra del escultor Mario Santí y el arquitecto Jaime Benavent.
Legado martiano
Entre los papeles que dejó en el campamento aparece la carta inconclusa a su amigo mexicano Manuel Mercado, su testamento político, en la cual revela directamente su propósito de impedir a tiempo, con la independencia de Cuba, la extensión de Estados Unidos por las Antillas y que cayera con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América.
Cuanto hice hasta hoy y haré, es para eso, «impedir que en Cuba se abra, el camino que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América, al Norte revuelto y brutal que los desprecia».
Antes de partir de Montecristi se despidió de la madre y el hijo:
Madre mía:
Hoy, 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en Vd. Yo sin cesar pienso en Vd. Vd. se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de Vd. con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre.
Tengo razón para ir más contento y seguro de lo que Vd. pudiera imaginar. No son inútiles la verdad y la ternura. No padezca. José Martí.
Hijo: Esta noche salgo para Cuba: salgo sin tí, cuando debieras estar a mi lado. Al salir, pienso en tí. Si desaparezco en el camino, recibirás con esta carta la leontina que usó en vida tu padre. Adiós. Sé justo. Tu José Martí (1º de abril de 1895)
En carta a Gonzalo de Quesada, el 1 de abril de 1895, dice: Si no vuelvo, y usted insiste en poner juntos mis papeles, hágame los tomos como pensábamos: I-Norteamericanos. II.-Norteamericanos. III.-Hispanoamericanos. IV.-Escenas Norteamericanas. V.-Libros sobre América. VI.-Letras, Educación y Pintura.
De Cuba ¿qué no habré escrito? y ni una página me parece digna de ella: sólo lo que vamos a hacer me parece digno. Pero tampoco hallará palabra sin idea pura y la misma ansiedad y deseo de bien. En un grupo puede poner hombres: y en otro, aquellos discursos tanteadores y relativos de los primeros años de edificación, que sólo valen si se les pega sobre la realidad y se ve con qué sacrificio de la literatura se ajustaban a ella. Ya usted sabe que servir es mi mejor manera de hablar.
Tan joven como su padre cuando se consagró a Cuba, José Francisco (1878-1945), el amado Ismaelillo de Martí, al saber de su muerte, abandonó los estudios en La Habana y viajó a Estados Unidos con la decisión de seguir sus pasos.
Desde allí logró volver, con 18 años de edad, en una expedición mambisa que desembarcó en Banes, Oriente, el 21 de marzo de 1897; hizo la campaña con Baconao, el caballo regalo del general José Maceo que montaba Martí al morir.
Tuvo una actuación valiente en la toma de Las Tunas donde se hizo cargo de un cañón al morir su artillero el capitán Juan Miguel Portuondo; peleó en Guisa y en otros combates y en el sitio de Santiago de Cuba; fue ascendido a teniente el 30 de agosto de 1897 y a capitán, el 15 de julio de 1898. (Fuente: Prensa Latina)