Comandante Manuel Piti Fajardo. Collage: MC
por Marta Gómez Ferrals
Suele la historia dar lecciones dolorosas y precisas. Por ejemplo, cuando muestra que se puede morir con solo 30 años, apenas recién cumplidos, y vivir para siempre si te llamas Manuel “Piti” Fajardo, y eres el Comandante del Ejército Rebelde y médico que supo ejercer diestramente su profesión mientras combatías valientemente por la libertad, en el Llano y las montañas cubanas, antes y después del triunfo de la Revolución.
El doctor de verde olivo, como una muchacha inspirada lo llamó, comparte sitio dentro de la legión de muy jóvenes patriotas cubanos como Ignacio Agramonte, Julio Antonio Mella, Rubén Batista, José Antonio Echeverría, Rubén Martínez Villena, Abel Santamaría, Josué y Frank País, los mártires de Humboldt 7, Camilo Cienfuegos, Urselia Báez, las Hermanas Giralt, Clodomira Acosta, Renato Guitart y tantos otros que ofrendaron su vida cuando su hora estaba llena de promesas.
Y nos acompañan e inspiran siempre.
Pareciera que noviembre es el mes que el azar predestinó para alegrías y dolores en la existencia de Piti, llamado así por su madre y amigos desde la infancia.
Era un muchachito carismático aquel niño que nació en la suroriental ciudad de Manzanillo el 8 de noviembre de 1930 y murió en combate el 29 de noviembre de 1960, durante el enfrentamiento a los focos de la sucia guerra contrarrevolucionaria, desplegada por mercenarios internos pagados y armados hasta los dientes por Estados Unidos, en una acción en las montañas de Guamuhaya, conocidas también como cordillera del Escambray.
Delgadito, alegre, siempre dispuesto a ayudar a los demás, Piti había tomado de su madre, la doctora Francisca Rivero Arocha, el temple, la constancia, la honestidad y los valores que deben sostenerse para ser personas hechas y derechas en una sociedad discriminadora, que no daba oportunidades a los humildes.
Hay que detenerse en la figura materna, pues la doctora Rivero, la querida Panchita de su Manzanillo, tuvo que luchar muy duro para ser la primera mujer negra graduada en Cuba como doctora en medicina y criar a su único hijo prácticamente sola, con una conducta virtuosa, patriótica y solidaria.
Sobrevivió a Piti hasta edad avanzada en medio del respeto y la admiración de familiares y los que la rodeaban.
Ambos estuvieron muy compenetrados mientras Piti, una vez graduado en La Habana como galeno en 1955, poco a poco se había ido incorporando al apoyo a la lucha clandestina y acciones del Movimiento 26 de Julio en Manzanillo. Como médico y cirujano de la clínica La Caridad, desde su sala de operaciones hizo intervenciones y curó heridos que les eran llevados en secreto desde escenarios de la Sierra Maestra, donde había nacido el Ejército Rebelde desde el 2 de diciembre de 1956.
En tiempos en que los servicios médicos no eran gratuitos, siempre lo acompañó, al igual que a su madre, una constante vocación de ayudar a los más pobres, sin aceptar remuneración cuando sabía que esta no le era posible al afectado.
El 24 de marzo de 1958 el joven especialista, incesante colaborador de los “alzados” o revolucionarios, expuesto casi a la vista de todos, decide ser parte de las filas de la insurrección armada en la Sierra Maestra y marcha hacia su destino con el ánimo alegre que siempre lo caracterizó de una manera afable, pero no ruidosa.
Con el mérito de nunca dejar de prestar asistencia médica, en medio de los fragores del combate, fue su voluntad hacerse soldado y entrar en la primera línea de los frentes de batalla. Luchó en las zonas de Santo Domingo, Providencia, Cuatro Caminos, Las Mercedes, El Jigüe, Cerro Pelado, Veguitas, El Meriño y El Salto, y esto le hizo ganar el grado de capitán. De él expresó el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque: “Era un combatiente con el bisturí en una mano y el fusil en la otra”.
Más tarde integró las fuerzas dirigidas por Eduardo “Lalo” Sardiñas, la llamada Columna 12 Simón Bolívar, la cual respaldó el golpe dado al cerco de las tropas batistianas que pretendían detener a las columnas invasoras de Camilo y Che, en la ofensiva rebelde a Occidente.
Fue destacado como combatiente en la región cercana a la antigua Victoria de Las Tunas: Puerto Padre, Jobabo y Holguín.
Con la aurora victoriosa de enero de 1959, y ya con los grados de Comandante, dirigió el Hospital Civil de Manzanillo y se entregó con ahínco y alegría a las tareas del mundo nuevo. Con la sencillez y nobleza de siempre, la misma que nos mira desde los escasos retratos que hemos visto de él.
Pasó a dirigir el Hospital Militar de Santiago de Cuba y después, por decisión del Comandante en Jefe Fidel Castro, asumió la construcción de la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos, en el Caney de las Mercedes, estribaciones de la Sierra Maestra, cuyo curso fundacional inició el 26 de julio de 1960, con una matrícula de 500 Camilitos.
Hoy, cuando toda Cuba está sembrada de centros escolares, hospitales, consultorios, policlínicos, cooperativas agropecuarias, unidades industriales, campos deportivos y otras instalaciones que llevan su apelativo, se piensa en la resonancia de la vida del bravo y humilde joven doctor “Piti” Fajardo, también homenajeado por una alta distinción que bajo su apelativo entrega el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Salud.
Al caer en combate en Las Villas, Manuel “Piti” Fajardo dejó inconsolables a su progenitora, a su amada Nidia y una pequeña hija. Y a un pueblo, sobre todo sus coterráneos, que lo amaban como a un hijo.
“Fajardo -expresó Fidel- cumplió su deber, lo cumplió en la guerra como médico y soldado, lo cumplió en la paz y en el corazón de los primeros 500 niños de la Ciudad Escolar “Camilo Cienfuegos”. El nombre de Manuel “Piti” Fajardo Rivero será siempre recordado como lo que fue: médico, maestro y soldado, un revolucionario consecuente con su profesión y sus ideas políticas”. (Tomado de ACN)